jueves, 7 de octubre de 2010

La penúltima entrada

¿Habéis jugado alguna vez a tomar olas en el mar para que os lleven hasta la orilla? Bueno, según el país de procedencia, quizá debería preguntar primero si alguna vez os habéis bañado en un mar con olas (Wolf llevaba muchos años sin hacerlo hasta que vino a Murcia en julio). Pero suponiendo que la respuesta sea afirmativa en ambos casos, entonces entenderéis esa escena en la que dices que vas a tomar la última ola, porque ya se ha hecho tarde y es hora de subir a casa a comer y entonces, ya desde la orilla, ves que la mejor ola del día viene formándose a lo lejos y, claro, sería una pena perdérsela... Así que a mi amigo madrileño Alex y a mí, cuando jugamos a surfear sin tabla, nos gusta más hablar de "la penúltima". Hoy me he acordado de él porque estoy atrapado unas horas en su ciudad y, para hacer tiempo, me he propuesto escribir la última entrada de este blog. O mejor, sólo por si acaso, la penúltima.
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Kingston fue la tercera etapa de la gira canadiense. Allí llegamos el martes por la noche, hasta el jueves por la mañana. Kingston es una ciudad de 120000 habitantes (lo cual no es poco en este país) y es conocida por dos motivos: el primero es la Queen's University, una de las cinco más grandes en en toda la nación, que se nutre cada año de miles de alumnos que llegan de todas las provincias de Canadá y también de otros países. Brandon estaba ansioso por enseñarnos la casa donde vive durante el curso con otros de su uni, la biblioteca donde estudia, el lago Ontario en el que uno puede darse un refrescante baño en pleno agosto... Según nos comentó, de vez en cuando Simon y él reciben mensajes con una foto destinados a los estudiantes de Queen's como ellos. En estos mensajes, el rectorado les informa de que algún preso se ha escapado de la prisión de máxima seguridad más grande del país y les adjunta una foto por si tienen la amabilidad de contribuir con cualquier pista que conduzca a su detención y nuevo arresto; sí, ése es el otro motivo por el que esta ciudad es famosa. Yo tuve un feliz encuentro con un afable pescador que había pasado 7 años en la cárcel, aunque este último detalle no lo capté durante la conversación y me lo subrayaron con cierta ansiedad más tarde ante mi despreocupación por su proximidad. En cuanto a la agenda de estos días, hay una foto del jardín de la casa de Brandon que contiene elementos de todo lo que hicimos en esos dos días. Si os interesa, analizadla con detenimiento y sacad vuestras propias conclusiones...

Como colofón de este viaje - y quién sabe si de este blog - la familia de Anthony nos acogió amablemente en Montreal. Es curioso, pero esta última parada es la que menos recuerdo. Quizá sea porque hasta el momento no me han llegado fotos, o quizá porque tengo aún demasiado presente el flagelante viaje de regreso que duró más de 37 horas. Llegamos allí coincidiendo con el fin de semana de la NASCAR, esa competición de coches que en Norteamérica mueve masas y en Europa nos aburre a casi todos. Montreal es en realidad una gran isla (yo no lo sabía) y, desde que llegué a Canadá, me habían dicho varias veces que se convertiría pronto en mi ciudad favorita. Y a mí, que en ocasiones Murcia se me antoja demasiado grande y ruidosa, Montreal me pareció un lugar inmenso donde difícilmente elegiría yo vivir en primer lugar. Pero tengo que reconocer que, pese a ser otra gran urbe llena de rascacielos, esta ciudad me pareció más acogedora que Toronto: Montreal combina las grandes avenidas graníticas y lineales con un barrio antiguo de edificios construidos a imagen y semejanza de algunas construcciones emblemáticas europeas. Sobre todo francesas ya que, como sabéis, Montreal pertenece a la provincia francófona del Québec, donde todo está escrito en francés en casi todas partes y, a veces y si hay suerte, también se incluye el co-oficial inglés (¿os suena esta situación?). En Montreal visité por primera vez un Walmart, el centro comercial donde está TODO (Brad ya me lo había avisado y, aun así, se regocijó ante mi asombro); jugué por primera vez al futbolín en versión hockey sobre hielo; me tomé la cerveza más cara de mi vida, 8$; y vi mi primera casa de dos cocinas, la de Anthony, al que le parecía algo normal porque los demás vecinos de su barrio, también de ascendencia italiana, estaban todos apuntados a la moda de una cocina por piso. Creo que nunca he visto una colección tan grande de barrios, o pequeños núcleos, donde estaban representados casi todos los países con algo de cultura gastronómica del mundo (incluyendo Italia, Portugal, Francia, Grecia, China, Japón, Corea y, claro, también España). Si no habéis estado allí, tendréis que ir para verlo por vosotros mismos, porque ya dije antes que no tengo imágenes de este último fin de semana. Así que, a falta de fotos de Montreal, os dejo una de Brandon, que es un tipo muy internacional que ejemplifica muy bien este espíritu.