domingo, 26 de septiembre de 2010

Cottage

Nota: juro solemnemente que visité las cataratas del Niagara, una de las 7 maravillas naturales del mundo, en compañía de cuatro testigos de diversa procedencia. A día de hoy, sin embargo, no tengo ninguna foto que mostrar, por motivos que en parte comprenderéis si seguís leyendo...
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Domingo, 22 de agosto. A eso de las 14:30, y con la inestimable ayuda del padre de Brandon como acomodador de equipaje, salimos rumbo al Cottage que esta familia posee a 4 horas en dirección noreste. Cuando estamos ya cerca, atravesando caminos totalmente despoblados, Brandon se gira para preguntarme: "¿has visto alguna vez un lugar tan lleno de nada?". Y la respuesta es no, porque llevamos cerca de 20 minutos sin ver señales de vida humana a ambos lados de la carretera, lo cual no calma nuestro espíritu porque supone un impedimento para el juego que tenemos en marcha. ¿Cómo se las arreglan aquí para sobrellevar estos trayectos tan largos? Pues tienen sus trucos: la mayoría posee coches grandes y confortables - como la Highlander -, dentro de los cuales se soporta mejor eso de estar sentado durante horas y horas. También tienen juegos para no aburrirse, como ir buscando palabras escritas en los carteles de la carretera que empiecen por cada una de las letras del abecedario (la Q y la X son un suplicio, creedme). Y finalmente, vayas por donde vayas es fácil encontrar puntos donde hacer una parada. Sobre todo en los Tim Hortons, que están en todas partes aquí y ofrecen a los viajeros café largo, donuts y dulces similares con docenas de colores y sabores diferentes. Brad se divierte avisándome cada vez que pasamos junto a alguien muy obeso, casi orgulloso porque en Europa apenas vio a alguno de estos tipos grandotes: "y es aún peor en USA, Jousé, aunque allí en vez de Tims tenemos Dunkin' Donuts".

Antes de la caída del sol, llegamos al paraíso natural donde nos ha traído Brandon. El retiro de los Froh está a 50 km de la tienda más cercana, situado junto a la orilla de un lago, escondido entre árboles y no lejos de alguna otra casa aislada de gente afortunada que encontró este lugar. Aún queda luz para una pequeña escaramuza en la que el anfitrión nos muestra la utilidad de su machete para crear senderos donde no los hay, tal vez porque la vegetación creció mucho estos meses, o tal vez porque nadie había pasado por aquí antes. Una vez abierto el apetito, unos preparan la cena mientras otros jugamos al Battleship (Hundir la Flota). Y después, cansados por el viaje, nos asomamos al porche de la casa a contemplar las estrellas y disfrutar del aire puro y la tranquilidad de este paraje antes de irnos a descansar. Brandon tiene programadas un montón de actividades para el próximo día, así que me da pronto las buenas noches y se gira para el otro lado de la cama de matrimonio que nos ha tocado compartir.

El día siguiente, en efecto, da para mucho: por la mañana afinamos la puntería con un arco de madera fina y una escopeta de aire comprimido, y utilizando como blancos las latas de cerveza de la noche anterior. Después nos vamos de excursión para visitar el bosque que rodea al pequeño lago que es casi propiedad de los Froh. Llevo mis inseparables botas de montaña, y cuando Brad me hace señales para que me deslice unos pocos metros colina abajo, no veo peligro alguno y me lanzo a su encuentro; sin embargo, también llevo conmigo mi cámara de fotos antes del descenso, y cuando me levanto y me sacudo la tierra, descubro con zozobra que no sé dónde fue a parar. Los chicos se reúnen y trabajan de manera colectiva y disciplinada, con más esperanzas de encontrar la máquina que yo mismo. En un momento dado, Brad apoya una mano en mi hombro y me dice con suficiencia que la encontrarán, con ese tono certero con que en algunas películas el policía dice "no se preocupe, señora, encontraremos a su hijo". Finalmente, la cámara pasa a engrosar mi lista de pérdidas materiales, o quizá la lista de tesoros enterrados que los españoles hemos dejado en territorio americano. Llevo 5 días haciendo fotos como un maníaco, así que no oculto mi desilusión, no acepto consuelos y opto por quedarme solo haciéndome algo de comer mientras los muchachos bajan a comprar más cerveza para esta noche. Una tortilla francesa no suele darme problemas, pero no contaba con el detector de humo de la casa (esos trastos también se estilan mucho por aquí), que se empeña en liberar mi mal humor en forma de terribles palabras en todos los idiomas que me vienen a la cabeza. En definitiva, un mal día.

Pero las cosas van mejorando a medida que transcurre la tarde. Brandon me lleva a la cabina anexa a la casa, ambas prefabricadas, para mostrarme con su mejor sonrisa sus aparejos de pesca. Su cara se ilumina cuando le digo que jamás he ido de pesca, y espera ansioso a que llegue la hora idónea para practicar este deporte: cuando cae el sol, y los peces no ven el anzuelo con claridad. Remando en la misma piragua, nos adentramos en el lago seguidos de Brad, Amanda y Anthony, que se reparten el trabajo de una manera muy original. Brandon tiene la esperanza de que consigamos peces suficientes para la cena. Yo no estoy en mi día más optimista, y sufro mientras tengo que atravesar al gusano con el anzuelo (tiene que estar vivo, me dice mi compañero). Una vez que anclamos las piraguas para probar suerte, Brandon se afana en encontrar signos de bancos de peces alrededor, mientras yo trato de poner en práctica sus instrucciones sobre cómo estirar y recoger el sedal y cómo sujetar la caña para sentir los tirones de la inminente presa. Al final regresamos al muelle sin botín, aunque yo estoy contento porque he aprendido a echar la caña - que como dicen mis amigos, es algo muy importante - y, sobre todo, porque tenemos una carne excelente y todo tipo de vegetales para asar en la barbacoa de esta noche. Las mazorcas de maíz se han convertido en parte indiscutible de mi dieta desde que aterricé aquí, y de postre tenemos Marshmallows (nubecitas de azúcar, vaya), que ganan un punto de sabor una vez que se achicharran lo suficiente. Y finalmente, Brandon, de nuevo con la mejor de sus sonrisas, me sugiere tímidamente que pase la noche en la cama que hay en la cabina de herramientas, ya que llevo roncando desde que llegué aquí y le aterra la posibilidad de pasar otra noche en blanco.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cuando ponerle un nombre a tu bar supone una declaración de guerra...

Tal vez hayáis oído que hace poco han abierto una discoteca en Águilas (Murcia) llamada La Meca, y que esto no ha sentado muy bien entre ciertos sectores de la nutrida comunidad musulmana que habita en nuestra región. Parece que no es la primera vez que pasa algo parecido; hay algunos precedentes que a mí me parecieron divertidos y que pueden encontrarse en el siguiente link.

http://www.laverdad.es/murcia/v/20100915/region/francisco-tambien-desata-criticas-20100915.html

martes, 14 de septiembre de 2010

Toronto

19 de agosto, jueves. 12:30 en hora local. Se han cumplido las 28 horas de viaje en solitario cuando el avión aterriza en el Pearson International Airport. Mi cabeza hace un repaso del trayecto hasta aquí: Murcia-Barcelona-Bruselas-Toronto. Y entre la fatiga más absoluta, en mi cabeza aflora de vez en cuando alguna otra sensación: pereza, sólo de pensar que en 11 días tendré que repetir esta peregrinación en sentido inverso; angustia, cuando repaso la conversación con los de la puerta de embarque (¿por qué motivo viaja a Canadá?, ¿dónde conoció a esos amigos?, ¿cuál es la dirección de su destino?, ¿cómo está tan seguro de que le esperan en el aeropuerto?). Llevo una noche sin dormir y tres cafés en el cuerpo que no me han vuelto más lúcido ni más razonable. Así que, una vez que mis maletas aparecen, mi corazón palpita más de lo necesario mientras me encamino a la puerta de salida. En un primer vistazo no los veo. Luego me tropiezo con un cartel demasiado familiar para ser una coincidencia. Y, de repente, todas las penurias del viaje se han convertido en una anécdota sin importancia.

Simon y Brandon están entusiasmados y no paran de hablarme mientras nos encaminamos a la casa de los padres de este último. Toronto aparece hoy soleado, rozando los 30º, y es una gran tentación probar la piscina particular de la casa mientras ellos dos preparan la primera barbacoa. Esta ciudad parece inmensamente grande, y nosotros estamos alojados en una población de las afueras llamada Mississauga, en uno de esos barrios residenciales con avenidas largas llenas de casas con jardín y árboles y césped por todas partes. Para comprar basta con conducir cinco minutos hasta llegar a una de esas plazas comerciales con grandes plazas de aparcamiento para rancheras como la que trae Brandon. Aquí las distancias son muy grandes y se va en coche a todas partes, me explican. Y como hemos vuelto rápido de la compra, descubro que Brandon ni siquiera había cerrado la puerta principal: "no me mires así, Jousé, aquí nadie va a entrar a robarnos". Por la tarde llega la flamante Toyota Highlander que nos llevará con nuestros bultos por estas tierras. Brad tuvo éxito en las negociaciones con su abuela - a la que ya os presenté - y finalmente ha conseguido traerse consigo este mastodonte con él y su novia dentro. Ellos "sólo" han tenido 7 horas de viaje tranquilo, así que aún tienen fuerzas para dar una vuelta. A Brad se le ve muy contento de reencontrarse con nosotros y tiene muchas cosas que contarnos. Amanda es más tímida, y de vez en cuando prefiere dejarnos algo de intimidad.

La agenda de estos tres días es agotadora, creo que les motiva que yo haya cometido la locura de venir desde tan lejos y, con ese pretexto, aprovechan para descansar sólo lo necesario y visitar sitios distintos sin parar. Dos días enteros en Toronto se me antojan insuficientes para ver toda la ciudad, pero al menos sí que nos alcanzan para visitar Little Italy y Chinatown, contemplar tiendas y objetos procedentes de todo el mundo y pasear por downtown (centro de la ciudad) cerca de los rascacielos (imponentes de día, majestuosamente iluminados de noche). Después de probar unas cuantas cervezas que aquí son famosas pero en Europa son casi desconocidas, la segunda noche acabamos en una fiesta de cumpleaños, y allí descubro por primera vez el Beer Pong, el juego de borrachos más popular de aquí, que curiosamente es un juego de habilidad y competición por equipos (los nuestros son más de beber mucho e indiscriminadamente, diría yo).

El sábado tenemos oportunidad de subir a la CN Tower, la torre más alta de Toronto (¿a que ya sabéis lo que se ve desde la torre más alta de Toronto?). Además hay una feria en la ciudad. También es un concepto diferente aquí: se paga por entrar (16$CAN) y, a las clásicas atracciones, tómbolas y puestos de comida, se añaden desfiles, degustaciones gratuitas e incluso mercadillos de ocasión donde hay cientos de personas comprando ropa, tecnología, libros, menaje... La feria es un gran acontecimiento social aquí, algo que la gente no quiere perderse bajo ningún concepto. Y por la noche, Brandon nos consigue entradas para asistir al Medieval Times, un espectáculo que originalmente se importó de nuestro país y en el que él trabaja como camarero y animador. Es una suerte que nos haya conseguido los tickets, de otro modo nos habría costado pagar los 63$CAN de la entrada (por cierto, los dólares canadienses y los de Estados Unidos tienen aproximadamente el mismo valor ahora mismo). El domingo aún nos queda tiempo para visitar las cataratas del Niágara y despedirnos de los padres de Brandon para concluir la primera etapa. Los dos se han portado estupendamente con todos y, cuando les doy la razón en el argumento de que las cataratas son más bonitas desde este lado de la frontera, asienten satisfechos y nos desean buena suerte en nuestra siguiente visita. "Por lo que Brandon nos ha contado, Jousé, creemos que a ti te va a resultar especialmente encantadora..."

domingo, 12 de septiembre de 2010

El principio del fin

Los guionistas de cine más inteligentes - o al menos los más astutos - son los que siempre dejan algún cabo suelto en la trama, de manera que puedan surgir tantas secuelas de la película como el público demande. Creo que mi astucia no da para tanto; de hecho, cuando elegí el título de este blog, ya lo había condenado a una existencia efímera. En cuanto al volumen de lectores, sigo teniendo la sensación de que alguien leerá esto antes o después, y no necesito muchos más incentivos para seguir contando mis batallitas de este año por esta vía. Pero lo cierto es que mañana hará 7 meses que llegué a Holanda, y pronto se cumplirán 3 desde el triste día en que los chicos me acompañaron a la puerta de casa, los vecinos me despidieron con un gesto adusto y una mal disimulada sonrisa de alivio..., y Frans van der Horst me recogió en su furgoneta hippie para convertirse en mi último contacto humano de esta experiencia.

Lo mejor de todo es que, desde ese día, he seguido teniendo contacto con mucha gente de allí, sobre todo a raíz de lo que pasó el 11 de julio: Frans y Raymond me felicitaron gentilmente durante los días posteriores, aunque yo ya estaba bastante ocupado buscando vuelos baratos (o más bien, razonablemente caros) para cruzar el charco. Es hora de ir cerrando este blog, y me gustaría hacerlo contando cada una de las cuatro etapas de mi estancia en Canadá. Hubo anécdotas, fotos chulas y, por lo demás, ya conocéis a los protagonistas...