Ya está cerca el regreso, la tierra tira mucho y la gente más. Y para colmo, parece que a alguno de nuestros políticos se le ha ocurrido apostar por un medio de transporte urbano sostenible, mucho más razonable que la actual estampida de coches a todas horas y en todas las grandes avenidas. Aún no me queda claro por dónde circularán los que se animen/nos animemos a usarlo, pero ni qué decir tiene que me entusiasma la idea...
http://www.laverdad.es/murcia/v/20100528/murcia/tenga-bici-leasing-20100528.html
viernes, 28 de mayo de 2010
miércoles, 26 de mayo de 2010
Interacciones
Hace unos días me encontré un plan curioso al volver de la universidad: entrenar para las Olimpiadas de la Cerveza. Ocho equipos, ocho países y sólo un premio. Caroline, Anthony, Brandon y Simon habían formado el Team Canada, y como les hacía falta un quinto participante, habían fichado a su vecino Brad para la causa. De modo que, organizados y con mentalidad ganadora, buscaron un lugar tranquilo al aire libre para aprovechar el buen tiempo y que el plan no fuera totalmente insano. Una vez que se les acabaron los 40 botellines, lo único que quedó claro es que Simon y Brad no eran los más apropiados para las pruebas de fondo (las de beber mucho). Mientras tanto, se había hecho de noche y a alguien se le ocurrió encender un fuego. Ya nos queda menos de una semana para estar todos juntos, así que las hogueras nocturnas se han convertido en plan estrella, cuando el tiempo acompaña, para reunirnos y desvariar un rato.
Yo he tenido otra invitada este finde y, como mi periplo aquí va tocando a su fin, voy haciendo balance de esta experiencia de recibir gente y enseñarles, en la medida de lo posible, cómo es mi vida por aquí. Siempre intenté trazar un plan cuando se avecinaba alguna visita, pero luego hay imprevistos, sobre todo cuando se juntan los de allí con los de aquí. Y creo que, precisamente, son las interacciones entre unos y otros lo que me ha parecido más divertido: Brad hablándole a mi hermana mayor de hemorroides, y otro día pidiéndome perdón por olvidarse la bolsita de marihuana encima de la mesa donde mi hermana pequeña estaba a punto de sentarse a desayunar; Brandon probándonos corbatas para la fiesta del museo y gastando bromitas en inglés hasta que Paco se volvía y me preguntaba: "oye, ¿este tío me está vacilando?"; y Simon marujeando con mi madre en su español latino o mirándome inquisitivamente hasta que yo le respondía "ésta está soltera, ésta no, a ésta, ni mirarla..." A veces me ha costado un poquito convencer a los visitantes para que perdieran el miedo y se soltaran a hablar. Otras, en cambio, ha sido de lo más sencillo...
Merche vino a visitarme poco después de pasar varios meses en el Reino Unido, con la suficiente frescura de idioma y de carácter como para que no tuviera que animarla a hablar. Nada más llegar conoció a Simon, a quien le sorprendió gratamente oirla hablar en inglés desde el primer momento, tanto que se dedicó a reñirnos durante el resto del fin de semana cuando nos oía hablar en español. Y luego a los demás, que la invitaron a unirse a la hoguera nocturna. Además de la ya típica visita por el centro, y gracias a la bici que Julie me había prestado, fui con ella a visitar los túneles subterráneos de la ciudad, en parte naturales y en parte excavados en roca durante la Segunda Guerra Mundial. Y, como llegó justo a tiempo, pudo asistir a las Olimpiadas de la Cerveza: darle de beber con los ojos vendados a un compañero, beberse un jarrón de litro y medio en 15 minutos... Canadá quedó solamente cuarta, si lo sé no me aprendo el himno, pero los chicos lucharon con bravura, casi como los españoles del próximo mundial. ¿Ganaremos esta vez? Y puestos a pensar en el futuro próximo, ¿seguirá Merche dispuesta a hablar conmigo en inglés cuando vuelva a España y ya no esté rodeado de guiris simpáticos? Si lees esto, contéstame a una de las dos preguntas, la que quieras...
Yo he tenido otra invitada este finde y, como mi periplo aquí va tocando a su fin, voy haciendo balance de esta experiencia de recibir gente y enseñarles, en la medida de lo posible, cómo es mi vida por aquí. Siempre intenté trazar un plan cuando se avecinaba alguna visita, pero luego hay imprevistos, sobre todo cuando se juntan los de allí con los de aquí. Y creo que, precisamente, son las interacciones entre unos y otros lo que me ha parecido más divertido: Brad hablándole a mi hermana mayor de hemorroides, y otro día pidiéndome perdón por olvidarse la bolsita de marihuana encima de la mesa donde mi hermana pequeña estaba a punto de sentarse a desayunar; Brandon probándonos corbatas para la fiesta del museo y gastando bromitas en inglés hasta que Paco se volvía y me preguntaba: "oye, ¿este tío me está vacilando?"; y Simon marujeando con mi madre en su español latino o mirándome inquisitivamente hasta que yo le respondía "ésta está soltera, ésta no, a ésta, ni mirarla..." A veces me ha costado un poquito convencer a los visitantes para que perdieran el miedo y se soltaran a hablar. Otras, en cambio, ha sido de lo más sencillo...
Merche vino a visitarme poco después de pasar varios meses en el Reino Unido, con la suficiente frescura de idioma y de carácter como para que no tuviera que animarla a hablar. Nada más llegar conoció a Simon, a quien le sorprendió gratamente oirla hablar en inglés desde el primer momento, tanto que se dedicó a reñirnos durante el resto del fin de semana cuando nos oía hablar en español. Y luego a los demás, que la invitaron a unirse a la hoguera nocturna. Además de la ya típica visita por el centro, y gracias a la bici que Julie me había prestado, fui con ella a visitar los túneles subterráneos de la ciudad, en parte naturales y en parte excavados en roca durante la Segunda Guerra Mundial. Y, como llegó justo a tiempo, pudo asistir a las Olimpiadas de la Cerveza: darle de beber con los ojos vendados a un compañero, beberse un jarrón de litro y medio en 15 minutos... Canadá quedó solamente cuarta, si lo sé no me aprendo el himno, pero los chicos lucharon con bravura, casi como los españoles del próximo mundial. ¿Ganaremos esta vez? Y puestos a pensar en el futuro próximo, ¿seguirá Merche dispuesta a hablar conmigo en inglés cuando vuelva a España y ya no esté rodeado de guiris simpáticos? Si lees esto, contéstame a una de las dos preguntas, la que quieras...
miércoles, 19 de mayo de 2010
Franz van der Horst
Una mañana se celebraba en mi planta (que es la de Medicina General) la cátedra de una profesora. Loose me animó a pasarme por la sala del café y probar alguno de los pasteles que la homenajeada había traido para todos. Y yo, por curiosidad, decidí acercarme. La sala del café es pequeña y sin sillas, así que la gente se apoyaba donde podía para manejar mejor las escurridizas cucharas de plástico. Sólo había un hueco junto a un señor mayor con un aspecto algo estrafalario. Estaba hablando con unas chicas jóvenes, pero al poco de llegar yo se quedó sin conversación y se giró hacia mí con una sonrisa franca, casi intimidatoria para venir de un completo desconocido. "Así que vienes de España, ¿eh? Ahh, tierra de conquistadores, muchos pueblos y ciudades en Holanda celebran su fiesta coincidiendo con la independencia de los españoles". Llevaba el pelo y el bigote más largos de lo habitual en alguien de su edad, y ambos completamente blancos. "¿Sólo llevas dos semanas aquí? Mira, yo tengo una reunión esta mañana en un pueblo bonito que no queda lejos de aquí, ¿por qué no vienes conmigo y así vas viendo cosas de este país?" Mi inglés balbuceante y la sorpresa del momento me llevaron a aceptar tímidamente su propuesta. De vuelta en el despacho 3.14, le pedí referencias a Loose sobre el tipo. "Es un easy-going, de los pocos que se atreve a fumar en su despacho, a pesar de que está terminantemente prohibido y de que es diabético. Pero también trabaja con estudiantes que vienen de países en guerra y a veces los aloja en su casa. Tiene buen fondo, puedes confiar en él". Y así fue como conocí a Franz.
Sólo he compartido plan con él dos veces. Aquel día fue la primera, y pude comprobar cómo sus 66 años no le pesaban en absoluto para darme cháchara en inglés mientras conducía su furgoneta hippie. El pueblo no tenía nada que visitar, o si lo tenía yo me lo perdí mientras asistía a una reunión en holandés con un médico. A la salida me preguntaba para qué demonios me había invitado Franz a una charla en holandés, y también me preguntaba cuándo pararíamos a comer. Pero Franz no tenía problema en dar buena cuenta de su sandwich mientras conducía por la autovía, y sólo paramos para que se tomara un café y se fumara un purito.
Algún tiempo más tarde, apareció en mi despacho a las 5:30 de la tarde para invitarme a cenar en su casa y conocer a su familia. Yo ya tenía planes, así que lo aplazamos para el día siguiente. Y a esa misma hora, nos dirigimos a su casa, cuya terraza se ve desde la puerta de la facultad. En el salón había un piano y un arpa, porque la mujer con la que ahora está casado Franz, 30 años menor que él y bastante agradable en conjunto, es arpista y enseña música. Tienen juntos un niño de 10 años, aunque Franz tuvo antes otros cuatro retoños que me fue presentando en una foto familiar: "mira, este es mi hijo, que está estudiando en Canadá. Esta de aquí es mi hija, la lesbiana, y esta es su novia. Se casaron en Holanda, aquí era legal el matrimonio homosexual antes que en tu país". Afortunadamente, se nos hicieron casi las 7 de la tarde para cenar. En la sobremesa, Franz se disculpó por haber estado algo silencioso antes de la cena, mientras su mujer cocinaba el arroz moreno y los dos estábamos solos en el salón. "Me había dado lo del azúcar, intenté disimular para que no te asustaras"...
Esta mañana me he tropezado con él en la máquina de café. Llevábamos dos semanas sin hablar y me ha hecho un gesto que significaba que hoy el café se tomaba en su despacho. No hacía falta, ya tengo confianza con él para ello. Mientras se desperezaba con las botas subidas en su mesa de trabajo patológicamente desordenada, le he contado lo bien que lo pasó mi familia (él quería venir conmigo a recogerlos al aeropuerto, pero yo me imaginé la cara de mi padre y le dije que no hacía falta) y me ha regalado una tesis doctoral en inglés, además de invitarme a la defensa, que tendrá lugar mañana. "¿Pero en qué idioma, Franz?". Holandés, por supuesto, Franz es un bienhechor despistado, se lo agradezco de veras, porque es una de las dos personas a las que sé que puedo visitar simplemente para hablar un rato en este edificio de gente siempre demasiado ocupada. La otra es la secretaria de mi departamento, que hace honor a su nombre (Marga, pero se pronuncia "mahja"), y que a sus sesenta años está aprendiendo español y tiene a Pepín Liria como cabeza de cartel de una corrida de toros en su despacho, uno de los más transitados (no soy aficionado, pero me hace gracia el detalle en semejante contexto). Uno me obliga a aprender palabras en inglés como "bolsa de valores", "reducción salarial", "huelga" y "funcionario" para hablarle de mi país, mientras que la otra me pide ayuda de vez en cuando con sus redacciones en español. Y yo hago el esfuerzo encantado con ambos, mientras los escudriño y me pregunto cuál es la receta para llegar a viejos con una mente tan joven y entusiasta.
Sólo he compartido plan con él dos veces. Aquel día fue la primera, y pude comprobar cómo sus 66 años no le pesaban en absoluto para darme cháchara en inglés mientras conducía su furgoneta hippie. El pueblo no tenía nada que visitar, o si lo tenía yo me lo perdí mientras asistía a una reunión en holandés con un médico. A la salida me preguntaba para qué demonios me había invitado Franz a una charla en holandés, y también me preguntaba cuándo pararíamos a comer. Pero Franz no tenía problema en dar buena cuenta de su sandwich mientras conducía por la autovía, y sólo paramos para que se tomara un café y se fumara un purito.
Algún tiempo más tarde, apareció en mi despacho a las 5:30 de la tarde para invitarme a cenar en su casa y conocer a su familia. Yo ya tenía planes, así que lo aplazamos para el día siguiente. Y a esa misma hora, nos dirigimos a su casa, cuya terraza se ve desde la puerta de la facultad. En el salón había un piano y un arpa, porque la mujer con la que ahora está casado Franz, 30 años menor que él y bastante agradable en conjunto, es arpista y enseña música. Tienen juntos un niño de 10 años, aunque Franz tuvo antes otros cuatro retoños que me fue presentando en una foto familiar: "mira, este es mi hijo, que está estudiando en Canadá. Esta de aquí es mi hija, la lesbiana, y esta es su novia. Se casaron en Holanda, aquí era legal el matrimonio homosexual antes que en tu país". Afortunadamente, se nos hicieron casi las 7 de la tarde para cenar. En la sobremesa, Franz se disculpó por haber estado algo silencioso antes de la cena, mientras su mujer cocinaba el arroz moreno y los dos estábamos solos en el salón. "Me había dado lo del azúcar, intenté disimular para que no te asustaras"...
Esta mañana me he tropezado con él en la máquina de café. Llevábamos dos semanas sin hablar y me ha hecho un gesto que significaba que hoy el café se tomaba en su despacho. No hacía falta, ya tengo confianza con él para ello. Mientras se desperezaba con las botas subidas en su mesa de trabajo patológicamente desordenada, le he contado lo bien que lo pasó mi familia (él quería venir conmigo a recogerlos al aeropuerto, pero yo me imaginé la cara de mi padre y le dije que no hacía falta) y me ha regalado una tesis doctoral en inglés, además de invitarme a la defensa, que tendrá lugar mañana. "¿Pero en qué idioma, Franz?". Holandés, por supuesto, Franz es un bienhechor despistado, se lo agradezco de veras, porque es una de las dos personas a las que sé que puedo visitar simplemente para hablar un rato en este edificio de gente siempre demasiado ocupada. La otra es la secretaria de mi departamento, que hace honor a su nombre (Marga, pero se pronuncia "mahja"), y que a sus sesenta años está aprendiendo español y tiene a Pepín Liria como cabeza de cartel de una corrida de toros en su despacho, uno de los más transitados (no soy aficionado, pero me hace gracia el detalle en semejante contexto). Uno me obliga a aprender palabras en inglés como "bolsa de valores", "reducción salarial", "huelga" y "funcionario" para hablarle de mi país, mientras que la otra me pide ayuda de vez en cuando con sus redacciones en español. Y yo hago el esfuerzo encantado con ambos, mientras los escudriño y me pregunto cuál es la receta para llegar a viejos con una mente tan joven y entusiasta.
domingo, 16 de mayo de 2010
Mirando atrás antes de seguir adelante
Creo que esto está dejando de ser un diario para convertirse en unas memorias. Pero el caso es que últimamente es complicado sacar tiempo para todo, y eso incluye dedicar un ratito a este blog. Estos días he pasado menos horas en la uni, pero a cambio he estado trabajando también en casa. También es cierto que queda poco para volver (4 semanas), así que me estoy poniendo las pilas para que cuando vuelva esto parezca una estancia de doctorado y no unas vacaciones pagadas. Eso implica decir que no de vez en cuando a algunos planes. La gente me mira raro, los tenía mal acostumbrados...
Esta semana ha sido un tanto gris por varios motivos. En primer lugar, el tiempo: sólo dos días de sol en tooooda la semana. Una pena, porque hemos tenido puente el jueves y el viernes y, con más calorcito y menos trabajo atrasado, habría sido una buena oportunidad para hacer planes interesantes. Pero para eso hace falta gente, y la mayoría han emigrado estos días: Julie se ha ido a Bélgica como cada fin de semana, Elena se ha ido a Suiza con sus compañeros de trabajo y el resto de las chicas se han ido a Sicilia animadas por las fotos y anécdotas que trajimos nosotros y, sobre todo, por los precios ridículamente baratos de los vuelos. En cuanto a los chicos, Ahmet está en Alemania. Hasta aquí los viajes medianamente lógicos, ahora viene lo original: Simon y Brandon se encuentran inmersos en una competición de auto-stop que tiene Ginebra (Suiza) como meta. Cada uno iba emparejado con una chica y, por lo que sé, Simon ha llegado ya y no ha tenido mayores incidentes. De Brandon no sabemos nada, le cogí prestada la guitarra en su ausencia, pero espero fervientemente que venga a recogerla..., pronto. Así que nos hemos quedado Anthony, Brad y yo por aquí. A los tres nos viene bien ahorrar dinero y, además, ya nos tocó viaje el finde anterior. El primo de Anthony, Peter, vino unos días y se fueron los tres a Brujas. Yo me habría apuntado, pero estaba aquí mi familia y ya tenía la agenda repleta...
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Era la primera vez que Esther salía de viaje fuera de España. 15 años es una edad buena para empezar, eres lo bastante joven para que aún te lo paguen todo tus padres, pero lo bastante adulta para que no te tengan que contar dónde estuviste unos años más tarde. Así que el viernes por la noche aterrizó con sus padres en Maastricht después de montar por primera vez en avión, y allí los esperaban Jose y el coche que habían alquilado para los tres días siguientes. Hablando por Skype el día anterior, Esther le había dicho a Jose que tenía ganas de ver varios países y de practicar inglés con sus amigos...
Lo de los países distintos se cumplió a rajatabla. Con un coche alquilado y el tiempo suficiente, pasar de una frontera a otra en esta parte de Europa no tiene mayor misterio. El sábado a Esther no paraban de llegarle mensajes al móvil avisando continuamente de cambios de compañía. El destino de ese día era Aachen (Alemania), donde los esperaba Wolf para enseñarles amablemente la ciudad. Y pacientemente, porque cada frase que decía en inglés tenía que ser traducida al español por Jose con más voluntad que precisión (pero con la tranquilidad absoluta de que nadie tenía el nivel suficiente en ambos idiomas para advertir las tergiversaciones). La mamá de Jose y Esther hacía lo que podía hablándole a Wolf despacito y gesticulando mucho, mientras este último miraba a Jose de reojo suplicando una traducción que sólo llegaba de vez en cuando. Esther no se atrevió a hablar demasiado, pero era capaz de entender la mayoría de los diálogos en la lengua de Shakespeare. Por la tarde fueron al Drilandenpunt (punto de las tres tierras, quizá), donde se juntan las fronteras de Alemania (por Aachen), Holanda (por Vaals, cerca de Maastricht) y Bélgica (a las afueras de Lieja). Ése sería el orden del viaje.
En cuanto a lo de practicar idiomas, el domingo fue el día fuerte. El plan era pasear por Maastricht, y Simon y Brandon se ofrecieron como guías improvisados para llevarlos a la noria donde aún se molía el grano, las numerosas estatuas con diferentes historias asociadas (algunas más que dudosas) y el resto de edificios emblemáticos (ayuntamiento, basílica de San Gervasio, alguna otra iglesia y la muralla, principalmente). Mientras los padres de Jose disfrutaban de la conversación con Simon, que estaba exprimiendo al máximo el fruto de sus cuatro meses en México, Esther se iba acostumbrando al acento de Brandon, quien tuvo incluso tiempo de enseñarle alguna palabra en japonés. Esther aún tuvo tiempo de ir a la feria, montar en bicicleta en Holanda y probar el chocolate antes de pasar la velada en el concurrido piso de su hermano. Y al día siguiente a Liège, donde a falta de practicar el francés (lengua odiosa para ella), siguió haciendo fotos, probando el chocolate y, para bajarlo, subiendo las 433 escaleras que conducen a Les Terrasses, desde donde se contempla una bonita vista panorámica de la ciudad.
Esta semana ha sido un tanto gris por varios motivos. En primer lugar, el tiempo: sólo dos días de sol en tooooda la semana. Una pena, porque hemos tenido puente el jueves y el viernes y, con más calorcito y menos trabajo atrasado, habría sido una buena oportunidad para hacer planes interesantes. Pero para eso hace falta gente, y la mayoría han emigrado estos días: Julie se ha ido a Bélgica como cada fin de semana, Elena se ha ido a Suiza con sus compañeros de trabajo y el resto de las chicas se han ido a Sicilia animadas por las fotos y anécdotas que trajimos nosotros y, sobre todo, por los precios ridículamente baratos de los vuelos. En cuanto a los chicos, Ahmet está en Alemania. Hasta aquí los viajes medianamente lógicos, ahora viene lo original: Simon y Brandon se encuentran inmersos en una competición de auto-stop que tiene Ginebra (Suiza) como meta. Cada uno iba emparejado con una chica y, por lo que sé, Simon ha llegado ya y no ha tenido mayores incidentes. De Brandon no sabemos nada, le cogí prestada la guitarra en su ausencia, pero espero fervientemente que venga a recogerla..., pronto. Así que nos hemos quedado Anthony, Brad y yo por aquí. A los tres nos viene bien ahorrar dinero y, además, ya nos tocó viaje el finde anterior. El primo de Anthony, Peter, vino unos días y se fueron los tres a Brujas. Yo me habría apuntado, pero estaba aquí mi familia y ya tenía la agenda repleta...
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Era la primera vez que Esther salía de viaje fuera de España. 15 años es una edad buena para empezar, eres lo bastante joven para que aún te lo paguen todo tus padres, pero lo bastante adulta para que no te tengan que contar dónde estuviste unos años más tarde. Así que el viernes por la noche aterrizó con sus padres en Maastricht después de montar por primera vez en avión, y allí los esperaban Jose y el coche que habían alquilado para los tres días siguientes. Hablando por Skype el día anterior, Esther le había dicho a Jose que tenía ganas de ver varios países y de practicar inglés con sus amigos...
Lo de los países distintos se cumplió a rajatabla. Con un coche alquilado y el tiempo suficiente, pasar de una frontera a otra en esta parte de Europa no tiene mayor misterio. El sábado a Esther no paraban de llegarle mensajes al móvil avisando continuamente de cambios de compañía. El destino de ese día era Aachen (Alemania), donde los esperaba Wolf para enseñarles amablemente la ciudad. Y pacientemente, porque cada frase que decía en inglés tenía que ser traducida al español por Jose con más voluntad que precisión (pero con la tranquilidad absoluta de que nadie tenía el nivel suficiente en ambos idiomas para advertir las tergiversaciones). La mamá de Jose y Esther hacía lo que podía hablándole a Wolf despacito y gesticulando mucho, mientras este último miraba a Jose de reojo suplicando una traducción que sólo llegaba de vez en cuando. Esther no se atrevió a hablar demasiado, pero era capaz de entender la mayoría de los diálogos en la lengua de Shakespeare. Por la tarde fueron al Drilandenpunt (punto de las tres tierras, quizá), donde se juntan las fronteras de Alemania (por Aachen), Holanda (por Vaals, cerca de Maastricht) y Bélgica (a las afueras de Lieja). Ése sería el orden del viaje.
En cuanto a lo de practicar idiomas, el domingo fue el día fuerte. El plan era pasear por Maastricht, y Simon y Brandon se ofrecieron como guías improvisados para llevarlos a la noria donde aún se molía el grano, las numerosas estatuas con diferentes historias asociadas (algunas más que dudosas) y el resto de edificios emblemáticos (ayuntamiento, basílica de San Gervasio, alguna otra iglesia y la muralla, principalmente). Mientras los padres de Jose disfrutaban de la conversación con Simon, que estaba exprimiendo al máximo el fruto de sus cuatro meses en México, Esther se iba acostumbrando al acento de Brandon, quien tuvo incluso tiempo de enseñarle alguna palabra en japonés. Esther aún tuvo tiempo de ir a la feria, montar en bicicleta en Holanda y probar el chocolate antes de pasar la velada en el concurrido piso de su hermano. Y al día siguiente a Liège, donde a falta de practicar el francés (lengua odiosa para ella), siguió haciendo fotos, probando el chocolate y, para bajarlo, subiendo las 433 escaleras que conducen a Les Terrasses, desde donde se contempla una bonita vista panorámica de la ciudad.
miércoles, 5 de mayo de 2010
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