miércoles, 19 de mayo de 2010

Franz van der Horst

Una mañana se celebraba en mi planta (que es la de Medicina General) la cátedra de una profesora. Loose me animó a pasarme por la sala del café y probar alguno de los pasteles que la homenajeada había traido para todos. Y yo, por curiosidad, decidí acercarme. La sala del café es pequeña y sin sillas, así que la gente se apoyaba donde podía para manejar mejor las escurridizas cucharas de plástico. Sólo había un hueco junto a un señor mayor con un aspecto algo estrafalario. Estaba hablando con unas chicas jóvenes, pero al poco de llegar yo se quedó sin conversación y se giró hacia mí con una sonrisa franca, casi intimidatoria para venir de un completo desconocido. "Así que vienes de España, ¿eh? Ahh, tierra de conquistadores, muchos pueblos y ciudades en Holanda celebran su fiesta coincidiendo con la independencia de los españoles". Llevaba el pelo y el bigote más largos de lo habitual en alguien de su edad, y ambos completamente blancos. "¿Sólo llevas dos semanas aquí? Mira, yo tengo una reunión esta mañana en un pueblo bonito que no queda lejos de aquí, ¿por qué no vienes conmigo y así vas viendo cosas de este país?" Mi inglés balbuceante y la sorpresa del momento me llevaron a aceptar tímidamente su propuesta. De vuelta en el despacho 3.14, le pedí referencias a Loose sobre el tipo. "Es un easy-going, de los pocos que se atreve a fumar en su despacho, a pesar de que está terminantemente prohibido y de que es diabético. Pero también trabaja con estudiantes que vienen de países en guerra y a veces los aloja en su casa. Tiene buen fondo, puedes confiar en él". Y así fue como conocí a Franz.

Sólo he compartido plan con él dos veces. Aquel día fue la primera, y pude comprobar cómo sus 66 años no le pesaban en absoluto para darme cháchara en inglés mientras conducía su furgoneta hippie. El pueblo no tenía nada que visitar, o si lo tenía yo me lo perdí mientras asistía a una reunión en holandés con un médico. A la salida me preguntaba para qué demonios me había invitado Franz a una charla en holandés, y también me preguntaba cuándo pararíamos a comer. Pero Franz no tenía problema en dar buena cuenta de su sandwich mientras conducía por la autovía, y sólo paramos para que se tomara un café y se fumara un purito.

Algún tiempo más tarde, apareció en mi despacho a las 5:30 de la tarde para invitarme a cenar en su casa y conocer a su familia. Yo ya tenía planes, así que lo aplazamos para el día siguiente. Y a esa misma hora, nos dirigimos a su casa, cuya terraza se ve desde la puerta de la facultad. En el salón había un piano y un arpa, porque la mujer con la que ahora está casado Franz, 30 años menor que él y bastante agradable en conjunto, es arpista y enseña música. Tienen juntos un niño de 10 años, aunque Franz tuvo antes otros cuatro retoños que me fue presentando en una foto familiar: "mira, este es mi hijo, que está estudiando en Canadá. Esta de aquí es mi hija, la lesbiana, y esta es su novia. Se casaron en Holanda, aquí era legal el matrimonio homosexual antes que en tu país". Afortunadamente, se nos hicieron casi las 7 de la tarde para cenar. En la sobremesa, Franz se disculpó por haber estado algo silencioso antes de la cena, mientras su mujer cocinaba el arroz moreno y los dos estábamos solos en el salón. "Me había dado lo del azúcar, intenté disimular para que no te asustaras"...

Esta mañana me he tropezado con él en la máquina de café. Llevábamos dos semanas sin hablar y me ha hecho un gesto que significaba que hoy el café se tomaba en su despacho. No hacía falta, ya tengo confianza con él para ello. Mientras se desperezaba con las botas subidas en su mesa de trabajo patológicamente desordenada, le he contado lo bien que lo pasó mi familia (él quería venir conmigo a recogerlos al aeropuerto, pero yo me imaginé la cara de mi padre y le dije que no hacía falta) y me ha regalado una tesis doctoral en inglés, además de invitarme a la defensa, que tendrá lugar mañana. "¿Pero en qué idioma, Franz?". Holandés, por supuesto, Franz es un bienhechor despistado, se lo agradezco de veras, porque es una de las dos personas a las que sé que puedo visitar simplemente para hablar un rato en este edificio de gente siempre demasiado ocupada. La otra es la secretaria de mi departamento, que hace honor a su nombre (Marga, pero se pronuncia "mahja"), y que a sus sesenta años está aprendiendo español y tiene a Pepín Liria como cabeza de cartel de una corrida de toros en su despacho, uno de los más transitados (no soy aficionado, pero me hace gracia el detalle en semejante contexto). Uno me obliga a aprender palabras en inglés como "bolsa de valores", "reducción salarial", "huelga" y "funcionario" para hablarle de mi país, mientras que la otra me pide ayuda de vez en cuando con sus redacciones en español. Y yo hago el esfuerzo encantado con ambos, mientras los escudriño y me pregunto cuál es la receta para llegar a viejos con una mente tan joven y entusiasta.

4 comentarios:

  1. De película...!!jaja. La de cosas que te pasan por allí, y repito, lo bien que escribes:)

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  2. Vaya par de personajillos, ¿eh? A ver si un día les hago una foto y actualizo esta entrada...

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  3. No sé cuál es el secreto... pero vale la pena acercarse a estas personas para aprender un poco. Y de paso aprender un poco de historia española, jaja.

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  4. Jeje, pues sí, de ésa que por España nadie nos cuenta, jeje

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