Me levanto alrededor de las 9:30. Raramente consigo hacerlo antes, pero no está tan mal porque ayer me acosté a las 3 de mañana. Claro, uno viene aquí con el objetivo de practicar inglés, conoces a unos norteamericanos majetes y aceptar los planes que te proponen se convierte en algo casi tan importante (y sin casi) como asistir a reuniones de trabajo. ¿Y qué culpa tengo yo si anoche tuve que seguirlos hasta la barra de un bar para practicar idiomas? Los becarios somos unos mandaos, así que yo me dejo llevar por esta dulce corriente...
Y a la hora habitual, de nuevo me encamino a la universidad. La primavera también ha llegado a Maastricht, aunque al sol radiante lo contrarresta un viento "fresquito" que realmente no adviertes hasta que estás en la calle y ya es tarde para volver a subir los tres pisos de escaleras. Hay unos obreros estos días y algunas chicas guapas pasan en bicicleta frente a ellos. Sin recelos. Sin temor alguno. Y la siguiente escena es de un silencio absoluto, sólo desafiado por algunas rumiantes que están hoy revoltosas. Resulta que entre la universidad, el gimnasio y las dos escuelas primarias llenas de niños de todas las edades, hay nada menos que un redil lleno de ovejitas. Así es mi camino diario a la universidad.
Mientras llego, voy decidiendo con quién voy a comer hoy. Podría ir con Wolf y sus secuaces, la semana pasada comimos juntos un día y pasamos un rato bastante animado. O también puedo intentarlo con las chicas holandesas de 6º de medicina, hoy hace buen tiempo y es menos probable que se queden bebiéndose un tazón de sopa delante del ordenador. Aunque al final me decanto por Andreia y Margarida, las chicas portuguesas. A diferencia de los demás, ellas comen alrededor de las 13:30 y no tengo la sensación de que me hagan un favor hablando en inglés conmigo, porque son muy sociables y les encanta contar cosas de su país a quien haga falta. Además, mis compañeras de piso suelen unirse a la comitiva. Hoy no estará Julie, que aún no ha vuelto de su semana sabática en Bélgica. Julie nunca entra en este blog (algunos de los otros protagonistas sí, cosas de la barra traductora de Google), así que tengo intimidad para decir que la he echado de menos y que estoy deseoso de que vuelva y me cuente qué tal ha pasado estos días.
Hoy sólo está en el despacho Reymond. Como si me estuviera esperando, se levanta con una agilidad insospechada a su edad y me pregunta severamente: "José, ¿estás contento con tu vida?" No me gustaría tener a Reymond como profesor, siempre acaparando más protagonismo del que le corresponde cuando sus entusiastas alumnos vienen con gesto de apuro a las tutorías; sin embargo, como compañero ocasional de despacho me parece un tío interesante. Y creo que es una pregunta elegante, más apropiada que el clásico "¿eres feliz?" al que nunca sé muy bien qué responder, porque la felicidad se me antoja efímera y difícilmente factible como meta en sí. Pero sí, la verdad es que sí estoy contento con mi vida actual. Reymond asiente y sonríe radiante como el sol que entra por nuestra ventana. Más tarde, me comenta que mañana va a volver a traer a media Yihad al despacho y que espera que eso no suponga una gran molestia para mí. ¿De 9 a 10:30? No, no va a ser un problema. De hecho, espero llegar a tiempo de verles, son tíos francamente agradables y les admiro sinceramente por el visible esfuerzo que hacen cada día para adaptarse a un país y un idioma muy lejanos para ellos.
Y a la hora habitual, de nuevo me encamino a la universidad. La primavera también ha llegado a Maastricht, aunque al sol radiante lo contrarresta un viento "fresquito" que realmente no adviertes hasta que estás en la calle y ya es tarde para volver a subir los tres pisos de escaleras. Hay unos obreros estos días y algunas chicas guapas pasan en bicicleta frente a ellos. Sin recelos. Sin temor alguno. Y la siguiente escena es de un silencio absoluto, sólo desafiado por algunas rumiantes que están hoy revoltosas. Resulta que entre la universidad, el gimnasio y las dos escuelas primarias llenas de niños de todas las edades, hay nada menos que un redil lleno de ovejitas. Así es mi camino diario a la universidad.
Mientras llego, voy decidiendo con quién voy a comer hoy. Podría ir con Wolf y sus secuaces, la semana pasada comimos juntos un día y pasamos un rato bastante animado. O también puedo intentarlo con las chicas holandesas de 6º de medicina, hoy hace buen tiempo y es menos probable que se queden bebiéndose un tazón de sopa delante del ordenador. Aunque al final me decanto por Andreia y Margarida, las chicas portuguesas. A diferencia de los demás, ellas comen alrededor de las 13:30 y no tengo la sensación de que me hagan un favor hablando en inglés conmigo, porque son muy sociables y les encanta contar cosas de su país a quien haga falta. Además, mis compañeras de piso suelen unirse a la comitiva. Hoy no estará Julie, que aún no ha vuelto de su semana sabática en Bélgica. Julie nunca entra en este blog (algunos de los otros protagonistas sí, cosas de la barra traductora de Google), así que tengo intimidad para decir que la he echado de menos y que estoy deseoso de que vuelva y me cuente qué tal ha pasado estos días.
Hoy sólo está en el despacho Reymond. Como si me estuviera esperando, se levanta con una agilidad insospechada a su edad y me pregunta severamente: "José, ¿estás contento con tu vida?" No me gustaría tener a Reymond como profesor, siempre acaparando más protagonismo del que le corresponde cuando sus entusiastas alumnos vienen con gesto de apuro a las tutorías; sin embargo, como compañero ocasional de despacho me parece un tío interesante. Y creo que es una pregunta elegante, más apropiada que el clásico "¿eres feliz?" al que nunca sé muy bien qué responder, porque la felicidad se me antoja efímera y difícilmente factible como meta en sí. Pero sí, la verdad es que sí estoy contento con mi vida actual. Reymond asiente y sonríe radiante como el sol que entra por nuestra ventana. Más tarde, me comenta que mañana va a volver a traer a media Yihad al despacho y que espera que eso no suponga una gran molestia para mí. ¿De 9 a 10:30? No, no va a ser un problema. De hecho, espero llegar a tiempo de verles, son tíos francamente agradables y les admiro sinceramente por el visible esfuerzo que hacen cada día para adaptarse a un país y un idioma muy lejanos para ellos.
Y finalmente vuelvo a casa, a eso de las 18:30. Ceno con Brandon y Elena y hoy decido quedarme descansando, poniéndome al día por Skype y terminando cosas de trabajo que no podré avanzar este fin de semana. Así podré saludar a Julie cuando vuelva. Y claro, también tengo que reservar fuerzas para Sicilia...
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