jueves, 7 de octubre de 2010

La penúltima entrada

¿Habéis jugado alguna vez a tomar olas en el mar para que os lleven hasta la orilla? Bueno, según el país de procedencia, quizá debería preguntar primero si alguna vez os habéis bañado en un mar con olas (Wolf llevaba muchos años sin hacerlo hasta que vino a Murcia en julio). Pero suponiendo que la respuesta sea afirmativa en ambos casos, entonces entenderéis esa escena en la que dices que vas a tomar la última ola, porque ya se ha hecho tarde y es hora de subir a casa a comer y entonces, ya desde la orilla, ves que la mejor ola del día viene formándose a lo lejos y, claro, sería una pena perdérsela... Así que a mi amigo madrileño Alex y a mí, cuando jugamos a surfear sin tabla, nos gusta más hablar de "la penúltima". Hoy me he acordado de él porque estoy atrapado unas horas en su ciudad y, para hacer tiempo, me he propuesto escribir la última entrada de este blog. O mejor, sólo por si acaso, la penúltima.
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Kingston fue la tercera etapa de la gira canadiense. Allí llegamos el martes por la noche, hasta el jueves por la mañana. Kingston es una ciudad de 120000 habitantes (lo cual no es poco en este país) y es conocida por dos motivos: el primero es la Queen's University, una de las cinco más grandes en en toda la nación, que se nutre cada año de miles de alumnos que llegan de todas las provincias de Canadá y también de otros países. Brandon estaba ansioso por enseñarnos la casa donde vive durante el curso con otros de su uni, la biblioteca donde estudia, el lago Ontario en el que uno puede darse un refrescante baño en pleno agosto... Según nos comentó, de vez en cuando Simon y él reciben mensajes con una foto destinados a los estudiantes de Queen's como ellos. En estos mensajes, el rectorado les informa de que algún preso se ha escapado de la prisión de máxima seguridad más grande del país y les adjunta una foto por si tienen la amabilidad de contribuir con cualquier pista que conduzca a su detención y nuevo arresto; sí, ése es el otro motivo por el que esta ciudad es famosa. Yo tuve un feliz encuentro con un afable pescador que había pasado 7 años en la cárcel, aunque este último detalle no lo capté durante la conversación y me lo subrayaron con cierta ansiedad más tarde ante mi despreocupación por su proximidad. En cuanto a la agenda de estos días, hay una foto del jardín de la casa de Brandon que contiene elementos de todo lo que hicimos en esos dos días. Si os interesa, analizadla con detenimiento y sacad vuestras propias conclusiones...

Como colofón de este viaje - y quién sabe si de este blog - la familia de Anthony nos acogió amablemente en Montreal. Es curioso, pero esta última parada es la que menos recuerdo. Quizá sea porque hasta el momento no me han llegado fotos, o quizá porque tengo aún demasiado presente el flagelante viaje de regreso que duró más de 37 horas. Llegamos allí coincidiendo con el fin de semana de la NASCAR, esa competición de coches que en Norteamérica mueve masas y en Europa nos aburre a casi todos. Montreal es en realidad una gran isla (yo no lo sabía) y, desde que llegué a Canadá, me habían dicho varias veces que se convertiría pronto en mi ciudad favorita. Y a mí, que en ocasiones Murcia se me antoja demasiado grande y ruidosa, Montreal me pareció un lugar inmenso donde difícilmente elegiría yo vivir en primer lugar. Pero tengo que reconocer que, pese a ser otra gran urbe llena de rascacielos, esta ciudad me pareció más acogedora que Toronto: Montreal combina las grandes avenidas graníticas y lineales con un barrio antiguo de edificios construidos a imagen y semejanza de algunas construcciones emblemáticas europeas. Sobre todo francesas ya que, como sabéis, Montreal pertenece a la provincia francófona del Québec, donde todo está escrito en francés en casi todas partes y, a veces y si hay suerte, también se incluye el co-oficial inglés (¿os suena esta situación?). En Montreal visité por primera vez un Walmart, el centro comercial donde está TODO (Brad ya me lo había avisado y, aun así, se regocijó ante mi asombro); jugué por primera vez al futbolín en versión hockey sobre hielo; me tomé la cerveza más cara de mi vida, 8$; y vi mi primera casa de dos cocinas, la de Anthony, al que le parecía algo normal porque los demás vecinos de su barrio, también de ascendencia italiana, estaban todos apuntados a la moda de una cocina por piso. Creo que nunca he visto una colección tan grande de barrios, o pequeños núcleos, donde estaban representados casi todos los países con algo de cultura gastronómica del mundo (incluyendo Italia, Portugal, Francia, Grecia, China, Japón, Corea y, claro, también España). Si no habéis estado allí, tendréis que ir para verlo por vosotros mismos, porque ya dije antes que no tengo imágenes de este último fin de semana. Así que, a falta de fotos de Montreal, os dejo una de Brandon, que es un tipo muy internacional que ejemplifica muy bien este espíritu.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Cottage

Nota: juro solemnemente que visité las cataratas del Niagara, una de las 7 maravillas naturales del mundo, en compañía de cuatro testigos de diversa procedencia. A día de hoy, sin embargo, no tengo ninguna foto que mostrar, por motivos que en parte comprenderéis si seguís leyendo...
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Domingo, 22 de agosto. A eso de las 14:30, y con la inestimable ayuda del padre de Brandon como acomodador de equipaje, salimos rumbo al Cottage que esta familia posee a 4 horas en dirección noreste. Cuando estamos ya cerca, atravesando caminos totalmente despoblados, Brandon se gira para preguntarme: "¿has visto alguna vez un lugar tan lleno de nada?". Y la respuesta es no, porque llevamos cerca de 20 minutos sin ver señales de vida humana a ambos lados de la carretera, lo cual no calma nuestro espíritu porque supone un impedimento para el juego que tenemos en marcha. ¿Cómo se las arreglan aquí para sobrellevar estos trayectos tan largos? Pues tienen sus trucos: la mayoría posee coches grandes y confortables - como la Highlander -, dentro de los cuales se soporta mejor eso de estar sentado durante horas y horas. También tienen juegos para no aburrirse, como ir buscando palabras escritas en los carteles de la carretera que empiecen por cada una de las letras del abecedario (la Q y la X son un suplicio, creedme). Y finalmente, vayas por donde vayas es fácil encontrar puntos donde hacer una parada. Sobre todo en los Tim Hortons, que están en todas partes aquí y ofrecen a los viajeros café largo, donuts y dulces similares con docenas de colores y sabores diferentes. Brad se divierte avisándome cada vez que pasamos junto a alguien muy obeso, casi orgulloso porque en Europa apenas vio a alguno de estos tipos grandotes: "y es aún peor en USA, Jousé, aunque allí en vez de Tims tenemos Dunkin' Donuts".

Antes de la caída del sol, llegamos al paraíso natural donde nos ha traído Brandon. El retiro de los Froh está a 50 km de la tienda más cercana, situado junto a la orilla de un lago, escondido entre árboles y no lejos de alguna otra casa aislada de gente afortunada que encontró este lugar. Aún queda luz para una pequeña escaramuza en la que el anfitrión nos muestra la utilidad de su machete para crear senderos donde no los hay, tal vez porque la vegetación creció mucho estos meses, o tal vez porque nadie había pasado por aquí antes. Una vez abierto el apetito, unos preparan la cena mientras otros jugamos al Battleship (Hundir la Flota). Y después, cansados por el viaje, nos asomamos al porche de la casa a contemplar las estrellas y disfrutar del aire puro y la tranquilidad de este paraje antes de irnos a descansar. Brandon tiene programadas un montón de actividades para el próximo día, así que me da pronto las buenas noches y se gira para el otro lado de la cama de matrimonio que nos ha tocado compartir.

El día siguiente, en efecto, da para mucho: por la mañana afinamos la puntería con un arco de madera fina y una escopeta de aire comprimido, y utilizando como blancos las latas de cerveza de la noche anterior. Después nos vamos de excursión para visitar el bosque que rodea al pequeño lago que es casi propiedad de los Froh. Llevo mis inseparables botas de montaña, y cuando Brad me hace señales para que me deslice unos pocos metros colina abajo, no veo peligro alguno y me lanzo a su encuentro; sin embargo, también llevo conmigo mi cámara de fotos antes del descenso, y cuando me levanto y me sacudo la tierra, descubro con zozobra que no sé dónde fue a parar. Los chicos se reúnen y trabajan de manera colectiva y disciplinada, con más esperanzas de encontrar la máquina que yo mismo. En un momento dado, Brad apoya una mano en mi hombro y me dice con suficiencia que la encontrarán, con ese tono certero con que en algunas películas el policía dice "no se preocupe, señora, encontraremos a su hijo". Finalmente, la cámara pasa a engrosar mi lista de pérdidas materiales, o quizá la lista de tesoros enterrados que los españoles hemos dejado en territorio americano. Llevo 5 días haciendo fotos como un maníaco, así que no oculto mi desilusión, no acepto consuelos y opto por quedarme solo haciéndome algo de comer mientras los muchachos bajan a comprar más cerveza para esta noche. Una tortilla francesa no suele darme problemas, pero no contaba con el detector de humo de la casa (esos trastos también se estilan mucho por aquí), que se empeña en liberar mi mal humor en forma de terribles palabras en todos los idiomas que me vienen a la cabeza. En definitiva, un mal día.

Pero las cosas van mejorando a medida que transcurre la tarde. Brandon me lleva a la cabina anexa a la casa, ambas prefabricadas, para mostrarme con su mejor sonrisa sus aparejos de pesca. Su cara se ilumina cuando le digo que jamás he ido de pesca, y espera ansioso a que llegue la hora idónea para practicar este deporte: cuando cae el sol, y los peces no ven el anzuelo con claridad. Remando en la misma piragua, nos adentramos en el lago seguidos de Brad, Amanda y Anthony, que se reparten el trabajo de una manera muy original. Brandon tiene la esperanza de que consigamos peces suficientes para la cena. Yo no estoy en mi día más optimista, y sufro mientras tengo que atravesar al gusano con el anzuelo (tiene que estar vivo, me dice mi compañero). Una vez que anclamos las piraguas para probar suerte, Brandon se afana en encontrar signos de bancos de peces alrededor, mientras yo trato de poner en práctica sus instrucciones sobre cómo estirar y recoger el sedal y cómo sujetar la caña para sentir los tirones de la inminente presa. Al final regresamos al muelle sin botín, aunque yo estoy contento porque he aprendido a echar la caña - que como dicen mis amigos, es algo muy importante - y, sobre todo, porque tenemos una carne excelente y todo tipo de vegetales para asar en la barbacoa de esta noche. Las mazorcas de maíz se han convertido en parte indiscutible de mi dieta desde que aterricé aquí, y de postre tenemos Marshmallows (nubecitas de azúcar, vaya), que ganan un punto de sabor una vez que se achicharran lo suficiente. Y finalmente, Brandon, de nuevo con la mejor de sus sonrisas, me sugiere tímidamente que pase la noche en la cama que hay en la cabina de herramientas, ya que llevo roncando desde que llegué aquí y le aterra la posibilidad de pasar otra noche en blanco.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cuando ponerle un nombre a tu bar supone una declaración de guerra...

Tal vez hayáis oído que hace poco han abierto una discoteca en Águilas (Murcia) llamada La Meca, y que esto no ha sentado muy bien entre ciertos sectores de la nutrida comunidad musulmana que habita en nuestra región. Parece que no es la primera vez que pasa algo parecido; hay algunos precedentes que a mí me parecieron divertidos y que pueden encontrarse en el siguiente link.

http://www.laverdad.es/murcia/v/20100915/region/francisco-tambien-desata-criticas-20100915.html

martes, 14 de septiembre de 2010

Toronto

19 de agosto, jueves. 12:30 en hora local. Se han cumplido las 28 horas de viaje en solitario cuando el avión aterriza en el Pearson International Airport. Mi cabeza hace un repaso del trayecto hasta aquí: Murcia-Barcelona-Bruselas-Toronto. Y entre la fatiga más absoluta, en mi cabeza aflora de vez en cuando alguna otra sensación: pereza, sólo de pensar que en 11 días tendré que repetir esta peregrinación en sentido inverso; angustia, cuando repaso la conversación con los de la puerta de embarque (¿por qué motivo viaja a Canadá?, ¿dónde conoció a esos amigos?, ¿cuál es la dirección de su destino?, ¿cómo está tan seguro de que le esperan en el aeropuerto?). Llevo una noche sin dormir y tres cafés en el cuerpo que no me han vuelto más lúcido ni más razonable. Así que, una vez que mis maletas aparecen, mi corazón palpita más de lo necesario mientras me encamino a la puerta de salida. En un primer vistazo no los veo. Luego me tropiezo con un cartel demasiado familiar para ser una coincidencia. Y, de repente, todas las penurias del viaje se han convertido en una anécdota sin importancia.

Simon y Brandon están entusiasmados y no paran de hablarme mientras nos encaminamos a la casa de los padres de este último. Toronto aparece hoy soleado, rozando los 30º, y es una gran tentación probar la piscina particular de la casa mientras ellos dos preparan la primera barbacoa. Esta ciudad parece inmensamente grande, y nosotros estamos alojados en una población de las afueras llamada Mississauga, en uno de esos barrios residenciales con avenidas largas llenas de casas con jardín y árboles y césped por todas partes. Para comprar basta con conducir cinco minutos hasta llegar a una de esas plazas comerciales con grandes plazas de aparcamiento para rancheras como la que trae Brandon. Aquí las distancias son muy grandes y se va en coche a todas partes, me explican. Y como hemos vuelto rápido de la compra, descubro que Brandon ni siquiera había cerrado la puerta principal: "no me mires así, Jousé, aquí nadie va a entrar a robarnos". Por la tarde llega la flamante Toyota Highlander que nos llevará con nuestros bultos por estas tierras. Brad tuvo éxito en las negociaciones con su abuela - a la que ya os presenté - y finalmente ha conseguido traerse consigo este mastodonte con él y su novia dentro. Ellos "sólo" han tenido 7 horas de viaje tranquilo, así que aún tienen fuerzas para dar una vuelta. A Brad se le ve muy contento de reencontrarse con nosotros y tiene muchas cosas que contarnos. Amanda es más tímida, y de vez en cuando prefiere dejarnos algo de intimidad.

La agenda de estos tres días es agotadora, creo que les motiva que yo haya cometido la locura de venir desde tan lejos y, con ese pretexto, aprovechan para descansar sólo lo necesario y visitar sitios distintos sin parar. Dos días enteros en Toronto se me antojan insuficientes para ver toda la ciudad, pero al menos sí que nos alcanzan para visitar Little Italy y Chinatown, contemplar tiendas y objetos procedentes de todo el mundo y pasear por downtown (centro de la ciudad) cerca de los rascacielos (imponentes de día, majestuosamente iluminados de noche). Después de probar unas cuantas cervezas que aquí son famosas pero en Europa son casi desconocidas, la segunda noche acabamos en una fiesta de cumpleaños, y allí descubro por primera vez el Beer Pong, el juego de borrachos más popular de aquí, que curiosamente es un juego de habilidad y competición por equipos (los nuestros son más de beber mucho e indiscriminadamente, diría yo).

El sábado tenemos oportunidad de subir a la CN Tower, la torre más alta de Toronto (¿a que ya sabéis lo que se ve desde la torre más alta de Toronto?). Además hay una feria en la ciudad. También es un concepto diferente aquí: se paga por entrar (16$CAN) y, a las clásicas atracciones, tómbolas y puestos de comida, se añaden desfiles, degustaciones gratuitas e incluso mercadillos de ocasión donde hay cientos de personas comprando ropa, tecnología, libros, menaje... La feria es un gran acontecimiento social aquí, algo que la gente no quiere perderse bajo ningún concepto. Y por la noche, Brandon nos consigue entradas para asistir al Medieval Times, un espectáculo que originalmente se importó de nuestro país y en el que él trabaja como camarero y animador. Es una suerte que nos haya conseguido los tickets, de otro modo nos habría costado pagar los 63$CAN de la entrada (por cierto, los dólares canadienses y los de Estados Unidos tienen aproximadamente el mismo valor ahora mismo). El domingo aún nos queda tiempo para visitar las cataratas del Niágara y despedirnos de los padres de Brandon para concluir la primera etapa. Los dos se han portado estupendamente con todos y, cuando les doy la razón en el argumento de que las cataratas son más bonitas desde este lado de la frontera, asienten satisfechos y nos desean buena suerte en nuestra siguiente visita. "Por lo que Brandon nos ha contado, Jousé, creemos que a ti te va a resultar especialmente encantadora..."

domingo, 12 de septiembre de 2010

El principio del fin

Los guionistas de cine más inteligentes - o al menos los más astutos - son los que siempre dejan algún cabo suelto en la trama, de manera que puedan surgir tantas secuelas de la película como el público demande. Creo que mi astucia no da para tanto; de hecho, cuando elegí el título de este blog, ya lo había condenado a una existencia efímera. En cuanto al volumen de lectores, sigo teniendo la sensación de que alguien leerá esto antes o después, y no necesito muchos más incentivos para seguir contando mis batallitas de este año por esta vía. Pero lo cierto es que mañana hará 7 meses que llegué a Holanda, y pronto se cumplirán 3 desde el triste día en que los chicos me acompañaron a la puerta de casa, los vecinos me despidieron con un gesto adusto y una mal disimulada sonrisa de alivio..., y Frans van der Horst me recogió en su furgoneta hippie para convertirse en mi último contacto humano de esta experiencia.

Lo mejor de todo es que, desde ese día, he seguido teniendo contacto con mucha gente de allí, sobre todo a raíz de lo que pasó el 11 de julio: Frans y Raymond me felicitaron gentilmente durante los días posteriores, aunque yo ya estaba bastante ocupado buscando vuelos baratos (o más bien, razonablemente caros) para cruzar el charco. Es hora de ir cerrando este blog, y me gustaría hacerlo contando cada una de las cuatro etapas de mi estancia en Canadá. Hubo anécdotas, fotos chulas y, por lo demás, ya conocéis a los protagonistas...

lunes, 19 de julio de 2010

Secuelas del Mundial


Domingo 11 de julio, 14:30 horas. Brad ya ha terminado su lunch y está en un pub con unos amigos, más nervioso de lo que esperaba por la final del Mundial de Sudáfrica. Ha conseguido convencer a su pandilla de que el soccer no es un deporte tan aburrido ("en Europa la gente lleva un mes alucinando con esto, tíos"). En cuanto al bando, Brad les ha explicado cómo están las cosas a sus colegas yanquis: si gana Holanda es bonito, porque él ha estado viviendo allí varios meses, pero no hay ningún beneficio tangible; en cambio, si gana España, su compañero de piso en Europa tendría que peregrinar a Norteamérica para cumplir una apuesta. Así que, chicos prácticos como son, todos apoyan a España desde el primer minuto, sufriendo casi tanto como nosotros con el juego duro de los holandeses y con el acercamiento progresivo de los temibles penalties sin novedades en el marcador... Y, casi como españoles, terminan celebrando el resultado final y coreando el nombre de Iniesta con un acento muy poco manchego.

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Sinceramente, no albergaba grandes esperanzas de que los acontecimientos se desarrollasen de esta manera. Corrían los octavos de final, los Estados Unidos acababan de ser eliminados y Anthony, que había visto caer a las primeras de cambio a su amada Italia, me lanzó un desafío directo: ya que mi selección era la única que quedaba viva, ¿por qué no ir a Canadá si ganábamos el Mundial? Yo acepté con la expectativa de que eso nunca ocurriría (somos España, tío, siempre nos pasa lo mismo), y con la ilusión de que, si este equipo realmente fuera capaz de hacer realidad nuestro sueño, entonces merecería la pena de sobra gastarse un dineral para celebrarlo. Y si ese desembolso suponía además visitar uno de los países que tenía en mi lista como pendientes - una lista muy larga, necesito muchos años de trabajo para tacharlos todos - y reencontrarme con cuatro de los mayores culpables de que ya considere el 2010 como el mejor año de mi vida..., ¿qué demonios? ¡A por ello!

Y a todo lo anterior podría añadir que me moría por encontrar nuevas peripecias que añadir a este blog...

lunes, 14 de junio de 2010

Conclusiones: la gente


Bueno, parece que ésta sí va a ser la última entrada de este blog... Al menos desde Holanda, porque no descarto volverme nostálgico y escribiros en España acerca de algunas costumbres curiosas de esta gente, los cuentos escatológicos para niños en Holanda y Alemania, las peculiaridades del sistema electoral en Bélgica...

Como última entrada, no tenía dudas acerca de cuál debía ser el tema: la gente que conocí aquí. Después de 4 meses y dos días aquí, me voy con la sensación de haber venido a una ciudad cómoda y encantadora para vivir, con una deliciosa mezcla de ajetreo social en el centro y vida tranquila y saludable en los alrededores. Todo muy apropiado para pasarlo bien, pero falta el ingrediente principal: la compañía. Por suerte, eso también me esperaba cuando llegué aquí. Y son ellos los que han hecho de este período uno de los más enriquecedores en mis casi 25 años de vida (tampoco son tantos aún). Y son ellos, a fin de cuentas, los que me llevarían a recomendar esta experiencia a cualquiera que me pregunte en persona o que localice accidentalmente este modesto testimonio escrito...

Ya he ido escribiendo bastante acerca de la mayoría de gente que me ha dejado huella aquí. No están todos los que son, pero sí que son todos los que están. Y hoy tengo demasiadas cosas en la cabeza para seguir contándoos chorradas, al fin y al cabo... Así que, como epílogo momentáneo de este blog, os dejo el montaje que hizo Caroline, otra canadiense, hace unos días.

Sed felices.

http://www.youtube.com/watch?v=aKWhrK-NAh0

miércoles, 9 de junio de 2010

Conclusiones: el inglés

Como ya le queda poquito a esta experiencia, y no sé si tendrá mucho sentido seguir escribiendo sobre ella una vez que ya esté en Murcia para contársela a mi gente en primera persona, es hora de ir concluyendo asuntos. Es imposible anticipar cómo iré de tiempo para escribir más entradas durante estos días, pero sospecho que no muy bien. Ante esta coyuntura, pensé que lo más divertido sería recopilar algunas situaciones curiosas que dejen patente que esto de aprender un idioma es algo arriesgado en ocasiones...

Desde que llegué aquí, y dado que no tengo una especial facilidad para los idiomas, he desarrollado una habilidad hasta ahora inexplorada: leer en la cara de los demás cuándo acabo de decir algo sumamente inapropiado. Mi fluidez oral era en un principio casi nula, lo que convertía cada conversación en un evento sumamente estresante y aumentaba exponencialmente las posibilidades de meter la pata. Ahora ya han desaparecido esos complejos, e incluso hay momentos (no tantos como yo quisiera) en los que llego a disfrutar de los diálogos tanto como en mi propia lengua. Con lo verde que estaba hace cuatro meses, bien me doy por satisfecho con lo que he conseguido..., por ahora.

EJEMPLO: la primera vez que Wolf subió a visitarme al despacho y le invité a que tomara asiento.
Lo que yo dije: la idea era take a seat, please, pero al hacer más sonora la ese, lo que se oyó fue take a shit, please.
Traducción: vete a cagar, por favor.
Expresión correcta: para evitar este tipo de situaciones embarazosas, ellos suelen utilizar have a seat, please.

A fuerza de practicar y de ir curándome de espanto, he ido dejando atrás esos problemas. Ha habido algunos efectos secundarios curiosos, como cuando me fui a Sicilia con los muchachos y, quizá por no hablar una sola palabra de mi lengua materna durante el día, Anthony tuvo la sorprendente experiencia de despertarse en mitad de la noche porque el tío que dormía en su habitación estaba murmurando en español mientras soñaba. Ahora mismo, los jaleos suelen venir sólo cuando no entiendo lo que me quieren decir. Por ejemplo, esta noche me han presentado a una chica que me ha dicho "I'm from Norway", pero al principio yo no he entendido que fuera noruega, sino que me estaba vacilando ("I'm from no way", no soy de ninguna parte).
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Los otros no nativos también han tenido sus momentos de gloria por estas tierras. Está mi compañera de piso Julie, a la que quiero casi como a una hermana, pero que en su primera conversación conmigo me dejó convencido de que no tenía ninguna posibilidad con ella al hablarme de su girlfriend. Fijaos hasta qué punto llega a veces el estrés conversacional.

EJEMPLO: Elena, en su segunda semana, nos intentaba explicar que su hermana melliza y ella se quieren muchísimo, pero que no se parecen físicamente en absoluto.
Lo que Elena dijo: Mi sister doesn't like me.
Traducción: A mi hermana no le gusto.
Expresión correcta: My sister doesn't look like me.

También está Santhosh, el chico hindú que vivía con Anthony, y al que veré esta semana para desempatar nuestra ya célebre contienda de ajedrez (no sé para qué, porque es bastante mejor que yo, a pesar del 1-1 actual). A él le da más vergüenza cometer errores y, cuando hemos ido un par de veces a cenar curry a su casa, utilizaba frases cortas y con un vocabulario muy restringido. Pero no dejaba de resultar gracioso, porque el chaval suena exactamente igual - doy fe - que Apu cuando saluda a Homer Simpson en el Badulake.
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Finalmente, también ha sido una experiencia contemplar los progresos lingüísticos de mis visitantes. Todos, incluso mi madre con su lenguaje corporal superlativo, han dado lo mejor de sí mismos para comunicarse con los de aquí. Pero le dedicaré este último ejemplo a Paco, mi último invitado, del cual no he hablado nada. Tiene 32 años, pero fue muy fácil integrarlo en la rutina del finde y, lejos de ponerme en un compromiso al confirmarme su llegada 24 horas antes, se convirtió en un plus durante los dos días que estuvo con nosotros. Un detalle sobre la clase de persona que es Paco viene dado por nuestra visita a la biblioteca el domingo por la mañana para tocar un rato el piano. Allí había un alemán tocando canciones hermosas y melancólicas con los ojos entornados; diez minutos después, Paco lo había amaestrado para hacer sonar una canción de los Hombres G y otra "popular española" a la que Paco le incorporó la letra correspondiente de "la cabra, la cabra, la p*** de la cabra...". El alemán, que no hablaba nada de español, comenzó a sudar y a tragar saliva antes de que Paco y yo termináramos la performance.

EJEMPLO: Ahmet y yo estamos tirados en el césped después de comer y Paco viene a saludarnos con un típico "¿cómo estáis, tíos?"
Lo que Paco dijo: How are you, gays?
Traducción: ¿cómo estáis, maricones?
Expresión correcta: How are you, guys?

Como diría Enjuto, no saquéis conclusiones precipitadas...

miércoles, 2 de junio de 2010

Un pequeño homenaje

Ésta es una semana de despedidas: Anthony ya se ha marchado y, de aquí al finde, Brad y Simon también nos dirán adiós (o hasta la próxima). Eso y, sobre todo, las urgencias de trabajo típicas de los últimos días, hacen que no encuentre la tranquilidad suficiente para escribir. Así que hoy dejo un vídeo que en realidad también es una despedida: la del protagonista de un entrañable anuncio de los años 90. ¿Os acordáis?

http://www.youtube.com/watch?v=KqLq--gFoDc

viernes, 28 de mayo de 2010

Como sea verdad...

Ya está cerca el regreso, la tierra tira mucho y la gente más. Y para colmo, parece que a alguno de nuestros políticos se le ha ocurrido apostar por un medio de transporte urbano sostenible, mucho más razonable que la actual estampida de coches a todas horas y en todas las grandes avenidas. Aún no me queda claro por dónde circularán los que se animen/nos animemos a usarlo, pero ni qué decir tiene que me entusiasma la idea...

http://www.laverdad.es/murcia/v/20100528/murcia/tenga-bici-leasing-20100528.html

miércoles, 26 de mayo de 2010

Interacciones

Hace unos días me encontré un plan curioso al volver de la universidad: entrenar para las Olimpiadas de la Cerveza. Ocho equipos, ocho países y sólo un premio. Caroline, Anthony, Brandon y Simon habían formado el Team Canada, y como les hacía falta un quinto participante, habían fichado a su vecino Brad para la causa. De modo que, organizados y con mentalidad ganadora, buscaron un lugar tranquilo al aire libre para aprovechar el buen tiempo y que el plan no fuera totalmente insano. Una vez que se les acabaron los 40 botellines, lo único que quedó claro es que Simon y Brad no eran los más apropiados para las pruebas de fondo (las de beber mucho). Mientras tanto, se había hecho de noche y a alguien se le ocurrió encender un fuego. Ya nos queda menos de una semana para estar todos juntos, así que las hogueras nocturnas se han convertido en plan estrella, cuando el tiempo acompaña, para reunirnos y desvariar un rato.

Yo he tenido otra invitada este finde y, como mi periplo aquí va tocando a su fin, voy haciendo balance de esta experiencia de recibir gente y enseñarles, en la medida de lo posible, cómo es mi vida por aquí. Siempre intenté trazar un plan cuando se avecinaba alguna visita, pero luego hay imprevistos, sobre todo cuando se juntan los de allí con los de aquí. Y creo que, precisamente, son las interacciones entre unos y otros lo que me ha parecido más divertido: Brad hablándole a mi hermana mayor de hemorroides, y otro día pidiéndome perdón por olvidarse la bolsita de marihuana encima de la mesa donde mi hermana pequeña estaba a punto de sentarse a desayunar; Brandon probándonos corbatas para la fiesta del museo y gastando bromitas en inglés hasta que Paco se volvía y me preguntaba: "oye, ¿este tío me está vacilando?"; y Simon marujeando con mi madre en su español latino o mirándome inquisitivamente hasta que yo le respondía "ésta está soltera, ésta no, a ésta, ni mirarla..." A veces me ha costado un poquito convencer a los visitantes para que perdieran el miedo y se soltaran a hablar. Otras, en cambio, ha sido de lo más sencillo...

Merche vino a visitarme poco después de pasar varios meses en el Reino Unido, con la suficiente frescura de idioma y de carácter como para que no tuviera que animarla a hablar. Nada más llegar conoció a Simon, a quien le sorprendió gratamente oirla hablar en inglés desde el primer momento, tanto que se dedicó a reñirnos durante el resto del fin de semana cuando nos oía hablar en español. Y luego a los demás, que la invitaron a unirse a la hoguera nocturna. Además de la ya típica visita por el centro, y gracias a la bici que Julie me había prestado, fui con ella a visitar los túneles subterráneos de la ciudad, en parte naturales y en parte excavados en roca durante la Segunda Guerra Mundial. Y, como llegó justo a tiempo, pudo asistir a las Olimpiadas de la Cerveza: darle de beber con los ojos vendados a un compañero, beberse un jarrón de litro y medio en 15 minutos... Canadá quedó solamente cuarta, si lo sé no me aprendo el himno, pero los chicos lucharon con bravura, casi como los españoles del próximo mundial. ¿Ganaremos esta vez? Y puestos a pensar en el futuro próximo, ¿seguirá Merche dispuesta a hablar conmigo en inglés cuando vuelva a España y ya no esté rodeado de guiris simpáticos? Si lees esto, contéstame a una de las dos preguntas, la que quieras...

miércoles, 19 de mayo de 2010

Franz van der Horst

Una mañana se celebraba en mi planta (que es la de Medicina General) la cátedra de una profesora. Loose me animó a pasarme por la sala del café y probar alguno de los pasteles que la homenajeada había traido para todos. Y yo, por curiosidad, decidí acercarme. La sala del café es pequeña y sin sillas, así que la gente se apoyaba donde podía para manejar mejor las escurridizas cucharas de plástico. Sólo había un hueco junto a un señor mayor con un aspecto algo estrafalario. Estaba hablando con unas chicas jóvenes, pero al poco de llegar yo se quedó sin conversación y se giró hacia mí con una sonrisa franca, casi intimidatoria para venir de un completo desconocido. "Así que vienes de España, ¿eh? Ahh, tierra de conquistadores, muchos pueblos y ciudades en Holanda celebran su fiesta coincidiendo con la independencia de los españoles". Llevaba el pelo y el bigote más largos de lo habitual en alguien de su edad, y ambos completamente blancos. "¿Sólo llevas dos semanas aquí? Mira, yo tengo una reunión esta mañana en un pueblo bonito que no queda lejos de aquí, ¿por qué no vienes conmigo y así vas viendo cosas de este país?" Mi inglés balbuceante y la sorpresa del momento me llevaron a aceptar tímidamente su propuesta. De vuelta en el despacho 3.14, le pedí referencias a Loose sobre el tipo. "Es un easy-going, de los pocos que se atreve a fumar en su despacho, a pesar de que está terminantemente prohibido y de que es diabético. Pero también trabaja con estudiantes que vienen de países en guerra y a veces los aloja en su casa. Tiene buen fondo, puedes confiar en él". Y así fue como conocí a Franz.

Sólo he compartido plan con él dos veces. Aquel día fue la primera, y pude comprobar cómo sus 66 años no le pesaban en absoluto para darme cháchara en inglés mientras conducía su furgoneta hippie. El pueblo no tenía nada que visitar, o si lo tenía yo me lo perdí mientras asistía a una reunión en holandés con un médico. A la salida me preguntaba para qué demonios me había invitado Franz a una charla en holandés, y también me preguntaba cuándo pararíamos a comer. Pero Franz no tenía problema en dar buena cuenta de su sandwich mientras conducía por la autovía, y sólo paramos para que se tomara un café y se fumara un purito.

Algún tiempo más tarde, apareció en mi despacho a las 5:30 de la tarde para invitarme a cenar en su casa y conocer a su familia. Yo ya tenía planes, así que lo aplazamos para el día siguiente. Y a esa misma hora, nos dirigimos a su casa, cuya terraza se ve desde la puerta de la facultad. En el salón había un piano y un arpa, porque la mujer con la que ahora está casado Franz, 30 años menor que él y bastante agradable en conjunto, es arpista y enseña música. Tienen juntos un niño de 10 años, aunque Franz tuvo antes otros cuatro retoños que me fue presentando en una foto familiar: "mira, este es mi hijo, que está estudiando en Canadá. Esta de aquí es mi hija, la lesbiana, y esta es su novia. Se casaron en Holanda, aquí era legal el matrimonio homosexual antes que en tu país". Afortunadamente, se nos hicieron casi las 7 de la tarde para cenar. En la sobremesa, Franz se disculpó por haber estado algo silencioso antes de la cena, mientras su mujer cocinaba el arroz moreno y los dos estábamos solos en el salón. "Me había dado lo del azúcar, intenté disimular para que no te asustaras"...

Esta mañana me he tropezado con él en la máquina de café. Llevábamos dos semanas sin hablar y me ha hecho un gesto que significaba que hoy el café se tomaba en su despacho. No hacía falta, ya tengo confianza con él para ello. Mientras se desperezaba con las botas subidas en su mesa de trabajo patológicamente desordenada, le he contado lo bien que lo pasó mi familia (él quería venir conmigo a recogerlos al aeropuerto, pero yo me imaginé la cara de mi padre y le dije que no hacía falta) y me ha regalado una tesis doctoral en inglés, además de invitarme a la defensa, que tendrá lugar mañana. "¿Pero en qué idioma, Franz?". Holandés, por supuesto, Franz es un bienhechor despistado, se lo agradezco de veras, porque es una de las dos personas a las que sé que puedo visitar simplemente para hablar un rato en este edificio de gente siempre demasiado ocupada. La otra es la secretaria de mi departamento, que hace honor a su nombre (Marga, pero se pronuncia "mahja"), y que a sus sesenta años está aprendiendo español y tiene a Pepín Liria como cabeza de cartel de una corrida de toros en su despacho, uno de los más transitados (no soy aficionado, pero me hace gracia el detalle en semejante contexto). Uno me obliga a aprender palabras en inglés como "bolsa de valores", "reducción salarial", "huelga" y "funcionario" para hablarle de mi país, mientras que la otra me pide ayuda de vez en cuando con sus redacciones en español. Y yo hago el esfuerzo encantado con ambos, mientras los escudriño y me pregunto cuál es la receta para llegar a viejos con una mente tan joven y entusiasta.

domingo, 16 de mayo de 2010

Mirando atrás antes de seguir adelante

Creo que esto está dejando de ser un diario para convertirse en unas memorias. Pero el caso es que últimamente es complicado sacar tiempo para todo, y eso incluye dedicar un ratito a este blog. Estos días he pasado menos horas en la uni, pero a cambio he estado trabajando también en casa. También es cierto que queda poco para volver (4 semanas), así que me estoy poniendo las pilas para que cuando vuelva esto parezca una estancia de doctorado y no unas vacaciones pagadas. Eso implica decir que no de vez en cuando a algunos planes. La gente me mira raro, los tenía mal acostumbrados...

Esta semana ha sido un tanto gris por varios motivos. En primer lugar, el tiempo: sólo dos días de sol en tooooda la semana. Una pena, porque hemos tenido puente el jueves y el viernes y, con más calorcito y menos trabajo atrasado, habría sido una buena oportunidad para hacer planes interesantes. Pero para eso hace falta gente, y la mayoría han emigrado estos días: Julie se ha ido a Bélgica como cada fin de semana, Elena se ha ido a Suiza con sus compañeros de trabajo y el resto de las chicas se han ido a Sicilia animadas por las fotos y anécdotas que trajimos nosotros y, sobre todo, por los precios ridículamente baratos de los vuelos. En cuanto a los chicos, Ahmet está en Alemania. Hasta aquí los viajes medianamente lógicos, ahora viene lo original: Simon y Brandon se encuentran inmersos en una competición de auto-stop que tiene Ginebra (Suiza) como meta. Cada uno iba emparejado con una chica y, por lo que sé, Simon ha llegado ya y no ha tenido mayores incidentes. De Brandon no sabemos nada, le cogí prestada la guitarra en su ausencia, pero espero fervientemente que venga a recogerla..., pronto. Así que nos hemos quedado Anthony, Brad y yo por aquí. A los tres nos viene bien ahorrar dinero y, además, ya nos tocó viaje el finde anterior. El primo de Anthony, Peter, vino unos días y se fueron los tres a Brujas. Yo me habría apuntado, pero estaba aquí mi familia y ya tenía la agenda repleta...

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Era la primera vez que Esther salía de viaje fuera de España. 15 años es una edad buena para empezar, eres lo bastante joven para que aún te lo paguen todo tus padres, pero lo bastante adulta para que no te tengan que contar dónde estuviste unos años más tarde. Así que el viernes por la noche aterrizó con sus padres en Maastricht después de montar por primera vez en avión, y allí los esperaban Jose y el coche que habían alquilado para los tres días siguientes. Hablando por Skype el día anterior, Esther le había dicho a Jose que tenía ganas de ver varios países y de practicar inglés con sus amigos...

Lo de los países distintos se cumplió a rajatabla. Con un coche alquilado y el tiempo suficiente, pasar de una frontera a otra en esta parte de Europa no tiene mayor misterio. El sábado a Esther no paraban de llegarle mensajes al móvil avisando continuamente de cambios de compañía. El destino de ese día era Aachen (Alemania), donde los esperaba Wolf para enseñarles amablemente la ciudad. Y pacientemente, porque cada frase que decía en inglés tenía que ser traducida al español por Jose con más voluntad que precisión (pero con la tranquilidad absoluta de que nadie tenía el nivel suficiente en ambos idiomas para advertir las tergiversaciones). La mamá de Jose y Esther hacía lo que podía hablándole a Wolf despacito y gesticulando mucho, mientras este último miraba a Jose de reojo suplicando una traducción que sólo llegaba de vez en cuando. Esther no se atrevió a hablar demasiado, pero era capaz de entender la mayoría de los diálogos en la lengua de Shakespeare. Por la tarde fueron al Drilandenpunt (punto de las tres tierras, quizá), donde se juntan las fronteras de Alemania (por Aachen), Holanda (por Vaals, cerca de Maastricht) y Bélgica (a las afueras de Lieja). Ése sería el orden del viaje.

En cuanto a lo de practicar idiomas, el domingo fue el día fuerte. El plan era pasear por Maastricht, y Simon y Brandon se ofrecieron como guías improvisados para llevarlos a la noria donde aún se molía el grano, las numerosas estatuas con diferentes historias asociadas (algunas más que dudosas) y el resto de edificios emblemáticos (ayuntamiento, basílica de San Gervasio, alguna otra iglesia y la muralla, principalmente). Mientras los padres de Jose disfrutaban de la conversación con Simon, que estaba exprimiendo al máximo el fruto de sus cuatro meses en México, Esther se iba acostumbrando al acento de Brandon, quien tuvo incluso tiempo de enseñarle alguna palabra en japonés. Esther aún tuvo tiempo de ir a la feria, montar en bicicleta en Holanda y probar el chocolate antes de pasar la velada en el concurrido piso de su hermano. Y al día siguiente a Liège, donde a falta de practicar el francés (lengua odiosa para ella), siguió haciendo fotos, probando el chocolate y, para bajarlo, subiendo las 433 escaleras que conducen a Les Terrasses, desde donde se contempla una bonita vista panorámica de la ciudad.

jueves, 29 de abril de 2010

Diario culinario de la semana



LUNES:
- Comida: después de la visita de mis amigos, estaba demasiado cansado como para prepararme nada ingenioso. Menos mal que a Elena le sobró arroz y me ha dejado un tupper en mi leja del frigorífico. Incluso le ha puesto maíz antes de irse esta mañana a una hora intempestiva al trabajo, qué atenta. Hace dos semanas que no como con las estudiantes de 6º de Medicina General, así que hoy toca. Son una buena compañía, sin duda, y además es casi el único contacto que tengo con gente joven holandesa por aquí.

- Cena: Amanda, la novia de Brad, está pasando aquí unos días. Es de familia surcoreana, así que nos ha cocinado arroz con algo muy rico por encima cuyos ingredientes se apañó para encontrar durante el día. [Debería haberle preguntado cómo se llamaba aquello, pero ya es tarde, se marchó hoy jueves].

MARTES
- Comida: nada menos que 7 miembros del Departament of Methodology and Statistics cumplieron años durante el mes de abril, así que hoy han organizado una comida para celebrarlo conjuntamente. La comida es en la planta baja de la facultad, no vaya a ser que a la gente luego le dé pereza volver en coche al trabajo (o en bici, más bien). Yo soy rarillo para esto de los piscolabis, y además las 12 de la mañana sigue pareciéndome una hora indecente para comer, así que me preocupo más por buscar corrillos de gente hablando en inglés que por llenar el buche. Al final ha sobrado mucha comida y, como soy de los pocos que ha ayudado a recoger y les he contado que esta noche cocino yo y tengo invitados, me vuelvo al despacho bien provisto de delicatessen de esas que en condiciones normales yo jamás tendría en casa.

- Cena: el sábado, entre cerveza y cerveza, le pregunté a Brad si quería que cocinara algo para que Amanda lo probase antes de marcharse. No se lo pensó: croquetas. Y allí estaba yo la noche antes, desmenuzando el pollo mientras la abuela de Brad me daba conversación. Porque en efecto, además de Amanda, también ha estado de visita aquí su abuela. Cuando la conocí el pasado finde, me dijo "puedes llamarme Grandma". Así que, como a mí ya no me quedan grandmas, pues voy haciendo añicos el pollo hervido mientras trato de entender a esta señora que me cuenta que es una republicana de toda la vida, que le gusta ver fútbol americano y béisbol por la tele y que, cuando salieron a comer el primer día por aquí, le pidió a su nieto que los llevara a un McDonald's. "¿Sabía que hay un cementerio americano no lejos de aquí, Grandma?" No, pero ahora sí lo sabe y está loca por visitarlo, en menudo lío acabo de meter a mi amigo Brad... Al día siguiente las croquetas son tan bien acogidas como en las dos ediciones anteriores. Es casi un alivio que Grandma West no haya venido, no sé si le habrían gustado, demasiado europeas.

MIÉRCOLES
- Comida: es casi la una de la tarde y Raymond tiene visita en el despacho. Hoy es una chica rusa a la que veo por segunda vez. El día anterior, nada más marcharse, Raymond se me acercó para comentarme que ella está mucho mejor de sus ataques psicóticos desde que ha salido de su país. Ah, pues me alegro por ella..., y por mí. También debe ayudar que la estén atiborrando a pastillas, porque siempre parece adormilada y está bastante gordita, efectos secundarios comunes cuando se consumen neurolépticos. El caso es que yo no puedo concentrarme en la lectura del magistral Handbook del 2009 que Wolf me ha cedido temporalmente y hace un día radiante ahí fuera, así que salgo a la calle un rato a disfrutar del sol y a sentarme en un banco a leer como un intelectual. Hoy sólo tengo plátanos para comer, así que de no ser por el libro quizá parecería más bien un indigente. Pero hay que hacer hueco para la noche...

- Cena: esta semana es el cumpleaños de Anthony, y como tiene jardín en la parte trasera de su casa, ha organizado una barbacoa en condiciones. Hay cerca de 20 personas, prácticamente todos los estudiantes no holandeses que he conocido hasta ahora están aquí. Aylin y Ahmet me estaban esperando, porque traigo pollo para asar y, como turcos y musulmanes que son, habían preferido no probar nada de la carne que había ido saliendo hasta el momento. Es una celebración informal y todos hablamos con todos. A Anthony no le han hecho muchos regalos, aunque he visto la felicidad en su cara cuando Johannes, uno de los alemanes, le ha entregado el suyo: un porro del tamaño de un bolígrafo. La mayoría de la gente, eso sí, aguanta hasta las 12 (¡aguanta!) para cantarle el cumpleaños feliz al anfitrión.

JUEVES: no sé si comida, merienda o cena, pero el caso es que Sophia y otras tres amigas a las que no conocía, suecas como ella, han organizado una degustación de pancakes en el gran parque que hay en el centro de Maastricht. Son dulces y están deliciosos, y además hace un tiempo estupendo y mañana es el Queen's Birthday, por lo que han organizado una fiesta desde las 4 de la tarde en este mismo recinto. Después de una pachanga de fútbol con más nacionalidades que en muchos equipos de nuestra Liga, me retiro pronto para hacer los preparativos del finde. Me voy a perder el fiestón de Amsterdam mañana, espero que Sicilia valga la pena. Pero sobre todo, espero que esta vez nos vayamos de verdad.

lunes, 26 de abril de 2010

Haciendo memoria

El desayuno del lunes es uno de los momentos duros de la semana, aquí y en todas partes. Haya salido mucho o poco durante el finde, siempre me cuesta tirar del cuerpo más que otros días. Y al mismo tiempo, me siento con ganas de reflexionar y de hacer algún propósito a corto plazo. Una vez que limpio la mesa y aparto un spaguetti que se había mimetizado con una de las patas, me siento a dar buena cuenta de mis cereales. Ya sólo me quedan 7 semanas aquí. En la silla junto a la mía hay colgadas unas camisas aún húmedas, y en el resto del salón quedan algunos restos más de la cena de anoche, y algunas botellas que alguien trajo el sábado a las cuatro de la mañana, pero que tuvimos el suficiente sentido común de no abrir. Llevo tiempo sin escribir en el blog, ¿qué he estado haciendo últimamente? Simplemente, he estado pasándolo bien...

..., con los de aquí. Hace una semana, frustrado nuestro viaje a Sicilia, decidimos buscar otras alternativas de ocio por los alrededores de Maastricht. Si el tiempo es bueno y tienes bici y gente maja a la que unirte, entonces no hace falta mucho más para pasarlo bien en esta ciudad. Así que uno de estos días fuimos a visitar pueblecito llamado Valkenburg, con su castillo y, por pura coincidencia, su vuelta ciclista para aficionados. En el retorno localizamos un cementerio de la Segunda Guerra Mundial donde yacían miles de soldados estadounidenses. Estaba cerrado, pero nos colamos saltando un seto, unos con más arte que otros. Según la estimación de Brandon, recorrimos 40 kilómetros a lo largo de todo el día, así que el plan nocturno fue demasiado tranqui incluso para mí.

..., con Julie. El pasado lunes, mi compi belga celebraba que había pasado el mal trago de hacer su primera presentación en inglés. Sólo estábamos Elena y yo, pero nos las arreglamos para acabar con toda la cerveza belga que había traido o comprado en el súper esa tarde. El jueves había una charla sobre cómo realizar el trabajo de Fin de Máster en la Universidad de Lieja, así que nos fuimos los dos p' allá y, ya de paso, cenamos y salimos después con sus amigos. Era la primera vez que salía por Bélgica y con belgas, y me dio la sensación de que son bastante más parecidos a los españoles que a los holandeses: prefieren el coche para ir de un sitio a otro, sus discotecas cierran igual de tarde que las nuestras y se manejan de aquella manera con los idiomas. Yo tuve que hablar más francés que en toda mi vida, pero hice el esfuerzo gustoso porque todos eran encantadores (y encantadoras) y me brindaron una de las noches más originales desde que llegué aquí. Julie y yo dormimos en casa de una de sus amigas y me dejé allí la camiseta. ¿Olvido selectivo?

..., y con mis amigos de España. Este último finde vinieron a hacer turismo Lucía, Paco y Bea. El viernes llegamos al piso a las once de la noche, pero allí nos estaban esperando casi 10 personas ansiosas por conocerlos. "¿Paco? ¿Paco de Lucía?" Brandon había traido su guitarra y, ya que yo no puedo deleitarle mucho con mi repertorio de flamenco, probó suerte con el nuevo invitado. El sábado los de aquí se fueron a visitar los campos de tulipanes y nosotros pasamos cinco horas en Amsterdam, que por la noche había una cocktail party de esas a las que la gente asiste arreglada. Mala cosa, porque yo no traje camisas para no tener que plancharlas, me llevé los zapatos de vuelta en Semana Santa y a Paco lo avisé muy tarde y andaba igual de escaso que yo. Pero Brandon tenía cuatro camisas, siete corbatas y las mejores intenciones de que fuéramos lo más apropiados posible. "Siento no poder dejarle nada a las chicas, pero son las dos muy guapas y van a ir elegantes con cualquier ropa que hayan traido". La noche fue muy divertida, nos acostamos a las 5 de la mañana y al día siguiente nos levantamos a mediodía por pura gana de pasear por Maastricht. Y el tiempo, una vez más, acompañaba. Elena, aunque lleva aquí mucho menos que yo, conoce la ciudad bastante mejor, así que ella nos fue guiando por el centro a visitar los edificios antiguos, la iglesia reconvertida en librería, la imagen de la patrona de la ciudad y, después de comer a una hora intempestiva para los holandeses, a sentarnos un ratito en el césped mientras se hacía la hora de irnos a la estación. Creo que los tres lo pasaron bien, pero quizá fue algo más emotivo para Lucía, que estuvo en otra parte de Holanda hace unos años y adora muchas cosas de este país. No es la única.

viernes, 16 de abril de 2010

Practicando idiomas. Hoy: inglés de barrio

El volcán Eyjafjalla eligió este siglo y esta semana para llenar de cenizas el cielo en media Europa, así que nos hemos quedado compuestos y sin viaje por ahora. Me he concedido el día libre y no hay planes hasta las 9 así que, mientras se me pasa el mal humor, creo que es un buen momento para repasar algunas expresiones que me han ido enseñando por aquí a lo largo de estos dos meses.

- I rub your back, you rub mine.
Es parecido al "hoy por ti, mañana por mí", pero creo que con un sentido más inmediato. Esta semana salimos de cañas, yo pagué una ronda y al ir a por la siguiente, Brad me estaba esperando sonriente con el botellín en la mano: "no problem, man, I rub your back, you rub mine".

- Wing-man.
Ésta es más difícil de explicar. Creo que apareció cuando algunos pilotos de la las fuerzas aéreas norteamericanas salían de marcha y uno localizaba a una chica guapa en el bar de turno. Entonces, el apuesto y gallardo (o no) oficial le pedía a los amigotes que le facilitaran la tarea, contándole a la muchacha maravillas sobre su pretendiente y, si fuera necesario, cortejando a las amigas no tan agraciadas para permitir a la elegida centrarse en el asunto. Resumiendo, yo lo traduciría como "allanar el camino" en el ámbito amoroso. Así que si estás en un pub y quieres pedirle apoyo logístico a un colega, puedes preguntarle "hey, buddy, can you wing-man me?". Esta curiosa palabreja llegó a mi vida cuando Brandon y yo nos íbamos a Leiden y, como Simon tenía buenas perspectivas allí, Brandon me dijo que teníamos que "wing-man him".

- Yeah, sure.
Parece simple, pero según el país angloparlante en el que estés, este "sí, claro" podría tener un fuerte tono irónico. Cuando llevaba un par de semanas aquí y algunos habían venido a cenar, Simon me preguntó si estaba a gusto con mis nuevos amigos y yo le respondí "yeah, sure". En efecto, Canadá y USA pertenecen a la zona del retintín, así que todos empezaron a reirse y, hasta que decidieron explicarme el motivo muchos días más tarde, yo no supe por qué.

miércoles, 14 de abril de 2010

Un día cualquiera en abril

Me levanto alrededor de las 9:30. Raramente consigo hacerlo antes, pero no está tan mal porque ayer me acosté a las 3 de mañana. Claro, uno viene aquí con el objetivo de practicar inglés, conoces a unos norteamericanos majetes y aceptar los planes que te proponen se convierte en algo casi tan importante (y sin casi) como asistir a reuniones de trabajo. ¿Y qué culpa tengo yo si anoche tuve que seguirlos hasta la barra de un bar para practicar idiomas? Los becarios somos unos mandaos, así que yo me dejo llevar por esta dulce corriente...

Y a la hora habitual, de nuevo me encamino a la universidad. La primavera también ha llegado a Maastricht, aunque al sol radiante lo contrarresta un viento "fresquito" que realmente no adviertes hasta que estás en la calle y ya es tarde para volver a subir los tres pisos de escaleras. Hay unos obreros estos días y algunas chicas guapas pasan en bicicleta frente a ellos. Sin recelos. Sin temor alguno. Y la siguiente escena es de un silencio absoluto, sólo desafiado por algunas rumiantes que están hoy revoltosas. Resulta que entre la universidad, el gimnasio y las dos escuelas primarias llenas de niños de todas las edades, hay nada menos que un redil lleno de ovejitas. Así es mi camino diario a la universidad.

Mientras llego, voy decidiendo con quién voy a comer hoy. Podría ir con Wolf y sus secuaces, la semana pasada comimos juntos un día y pasamos un rato bastante animado. O también puedo intentarlo con las chicas holandesas de 6º de medicina, hoy hace buen tiempo y es menos probable que se queden bebiéndose un tazón de sopa delante del ordenador. Aunque al final me decanto por Andreia y Margarida, las chicas portuguesas. A diferencia de los demás, ellas comen alrededor de las 13:30 y no tengo la sensación de que me hagan un favor hablando en inglés conmigo, porque son muy sociables y les encanta contar cosas de su país a quien haga falta. Además, mis compañeras de piso suelen unirse a la comitiva. Hoy no estará Julie, que aún no ha vuelto de su semana sabática en Bélgica. Julie nunca entra en este blog (algunos de los otros protagonistas sí, cosas de la barra traductora de Google), así que tengo intimidad para decir que la he echado de menos y que estoy deseoso de que vuelva y me cuente qué tal ha pasado estos días.

Hoy sólo está en el despacho Reymond. Como si me estuviera esperando, se levanta con una agilidad insospechada a su edad y me pregunta severamente: "José, ¿estás contento con tu vida?" No me gustaría tener a Reymond como profesor, siempre acaparando más protagonismo del que le corresponde cuando sus entusiastas alumnos vienen con gesto de apuro a las tutorías; sin embargo, como compañero ocasional de despacho me parece un tío interesante. Y creo que es una pregunta elegante, más apropiada que el clásico "¿eres feliz?" al que nunca sé muy bien qué responder, porque la felicidad se me antoja efímera y difícilmente factible como meta en sí. Pero sí, la verdad es que sí estoy contento con mi vida actual. Reymond asiente y sonríe radiante como el sol que entra por nuestra ventana. Más tarde, me comenta que mañana va a volver a traer a media Yihad al despacho y que espera que eso no suponga una gran molestia para mí. ¿De 9 a 10:30? No, no va a ser un problema. De hecho, espero llegar a tiempo de verles, son tíos francamente agradables y les admiro sinceramente por el visible esfuerzo que hacen cada día para adaptarse a un país y un idioma muy lejanos para ellos.

Y finalmente vuelvo a casa, a eso de las 18:30. Ceno con Brandon y Elena y hoy decido quedarme descansando, poniéndome al día por Skype y terminando cosas de trabajo que no podré avanzar este fin de semana. Así podré saludar a Julie cuando vuelva. Y claro, también tengo que reservar fuerzas para Sicilia...

domingo, 11 de abril de 2010

Cosas que quiero ser de mayor

Ya he vuelto al trabajo por aquí. Las cosas van bastante bien por ahora, afortunadamente. Wolf se ha puesto muy contento con los últimos resultados que hemos encontrado y cada vez me llevo mejor con él. Y cuando vuelva a Murcia, confío en que, trabajando y con esfuerzo, las cosas sigan saliendo bien. Lo que pasa es que el mundo de la universidad es altamente inestable: uno nunca sabe qué pasará el día de mañana, así que siempre hay que tener lista alguna alternativa. Yo he estado pensando arduamente sobre esto durante la semana y he decidido que, si tuviera que cambiar de trabajo, me gustaría ser...

JEQUE ÁRABE
El miércoles estoy con Raymond en el despacho. Está trabajando con un chico de Afganistán que ha venido unos meses con una beca especial. Al rato llega otro muchacho de Arabia Saudí para entregarle formalmente la invitación de su boda, garantizándole que será una celebración típicamente árabe y, desde luego, lujosa. Yo le echo un vistazo al individuo: tendrá unos 20 años, viste como yo y tiene el mismo aire despreocupado de cualquier chico occidental. Raymond le dice en seguida que soy español, porque a él (a casi todo el mundo, realmente) le gusta España. "Sí, he estado en tu país un par de veces, y este sábado volveré a ver el Clásico".
P.D.: el chaval era más del Madrid que yo, así que me acordé tristemente de él mientras mis amigos me daban el pésame al final del partido.
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Vale, he estado revisando mis propiedades y no tengo ningún pozo de petróleo. A ver qué tal esta otra...

JUGADOR DE FÚTBOL EN UNA LIGA NORTEAMERICANA
El sábado por la tarde Anthony sube a decirme que está jugando con Brad y Brandon al fútbol y que les falta uno para jugar un 2x2. Ahora que me doy cuenta, vivimos frente a un parque con una parte de césped suficientemente amplia como para jugar una pachanga. Y cuando bajo allí están los dos sin camiseta y dándole toques al balón lo mejor que saben. Hacemos las porterías y a jugar. Y 10 minutos después, con 5-1 en el marcador, Brad se tira al césped impotente: "no puedo más, mañana echamos otra, pero el español y el italiano no pueden ir juntos nunca más".
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Ahora estoy leyendo que Raúl y Guti se van tal vez a jugar allí. A mí me quedarían 10 años para retirarme y, además, cualquier español que me encuentre será probablemente mucho mejor jugador que yo. Sigamos rastreando...

OKUPA HOLANDÉS
El viernes por la noche voy con los otros cuatro del clan a una fábrica abandonada en la que viven 15 personas. En Holanda hay un mecanismo para legalizar esta situación a cambio de aportar algún servicio a la comunidad. Y según me van contando, estos tíos organizan cenas vegetarianas todos los lunes cobrando sólo "la voluntad" y otros días, como hoy, colaboran para que jóvenes bandas holandesas vengan a tocar. Hay cientos de personas con ganas de pasarlo bien, tercios de cerveza a un euro y alguno de los grupos suena interesante. Este domingo hemos ido también a una exposición de arte de la que nos habían hablado y que tiene lugar en este mismo recinto.
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La exposición ha sido bastante cutre y, ante todo, he descubierto con zozobra que mi alergia al polvo me dejaría sólo unos meses de vida en este lugar. Buff, qué difícil es esto de escoger una vocación...

PORTERO DE UN COFFEE SHOP
El jueves por la noche, después de despedirnos de Elena, que se va de viaje el viernes, los cinco vamos a un coffee shop que está junto al río. Bueno, explicaré mejor esto: el coffee shop es un barco, el mismo que trae a bordo las sustancias alucinógenas que tan injustamente se han adueñado del estereotipo holandés. El portero controla que seamos todos mayores de 18 (ó 21, no estoy seguro) y, al mirar mi DNI, me dice "buenas noches, amigo, yo hablo español" con un acento cuanto menos pintoresco. Simon es el primero en irse y, como hemos puesto las dos bicis con mi candado, salgo a acompañarle. Oigo que me dicen adiós y, cuando le respondo que vuelvo en seguida, él contesta "gracias". Pasan menos de 5 minutos y, para mi sorpresa, compruebo que no se acuerda de mí y me vuelve a pedir el DNI. Al verlo me repite que él habla español. Ocho horas al día fumando marihuana, ¿acaso puede haber un trabajo mejor? Así es como Brandon justifica que este trabajo mola.
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Bueno, y si nada de esto funcionase, entonces, sin lugar a dudas, quiero ser como Franz van der Hoorst. Os hablaría de él, pero se merece una entrada para él solito y hay que dejar algo para después. Además, a Brad le acaban de traer su pizza y si no me doy prisa me quedaré sin probarla. ¡Hasta la próxima!

miércoles, 7 de abril de 2010

Segunda parte

A las 9 de la noche del domingo 4 de abril, ya estaba de vuelta en Maastricht. España estuvo maravillosa, como siempre: muchos reencuentros en pocos días, buen tiempo e incluso el primer baño de la temporada con el agua a 10º. Así que, además de la alergia primaveral típicamente española y todas las cosas que no pude evitar que mi mamá metiera en la maleta, me he traido un buen resfriado como recuerdo de la visita. Mañana es fiesta aquí, pero me enteré tarde y sólo he podido ver de lejos alguna de las barracas de las Fiestas de Primavera, mientras los últimos nazarenos paseaban de vuelta a casa disfrutando de los 25º y de un sol que calienta de verdad. Y Maastricht me ha recibido..., con lluvia. Y con una nueva compañera de piso, según me cuentan por el móvil mientras negocio el precio con el taxista turco que me va a llevar a casa.

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Cuando Elena llegó el sábado por la mañana a su nuevo piso, ninguno de los tres restantes inquilinos estaba allí para darle la bienvenida. Pero sí que encontró a Andreia y Margarida, las portuguesas, que habían pasado allí la noche con familia y amigos de su país por cortesía de Julie. "Hola, Elena. No, nosotras no vivimos aquí, pero somos compañeras de trabajo de una chica que vive en este piso y nos dejó la llave mientras nos acondicionan nuestra nueva vivienda. Ah, ¿eres española? No, no sabemos dónde queda Huesca - y menos aún Monegros -, pero uno de tus compañeros es Jose, de Murcia". A Elena esto último no le afecta demasiado, porque finalmente ha cumplido su sueño de salir fuera por un tiempo y ahora, ante todo, quiere mejorar su nivel de inglés a toda costa. De modo que, cuando el tal Jose llega y se conocen, ambos comienzan pronto a hablar en inglés, usando el español sólo lo imprescindible casi desde el primer día, y compensando la falta de fluidez típica de las primeras semanas con una admirable perseverancia. El domingo por la noche también llega Julie, después de pasar el fin de semana en el piso que comparte con su novio en Bélgica. Julie está muy contenta con su nueva compañera, las dos tienen un carácter afable y entusiasta y se hacen amigas rápidamente. Además, ahora que habla por primera vez en inglés con una recién llegada, Julie se da cuenta de lo mucho que ha mejorado su nivel de conversación durante estas semanas. Así que, consciente de los momentos difíciles por los que atraviesa su nueva amiga española, esa noche y durante el día siguiente procura ayudarla sin agobiarla demasiado, hablando con ella despacito durante esa noche y todo el día siguiente. Porque, como Julie bien sabe, es fácil que los no angloparlantes te entiendan si les hablas despacio y separando bien las frases. Y entonces llega Brad.

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Brad volvió de Alemania el lunes por la noche. "Hey, Jousé, ¿qué tal estuvo España? Anthony y yo nos acordamos de ti estos días, allí los bares no cierran hasta que no sale todo el mundo, el sábado tenía sed y era tan tarde que pedí un botellín de agua mineral". Anthony y él eligieron ir a Alemania en lugar de acompañar a Caroline a Italia. Ella sabía que Brad quería visitar el Coliseo, así que le ha dedicado una creativa foto tratando de representarlo lo mejor posible frente a las míticas ruinas romanas. Como a los demás, a Brad también le encantan las novedades. "Hola, Elena, me alegra que hayas venido a vivir con nosotros. No es sólo porque seas bonita, sino también porque finalmente me quedo tranquilo sabiendo que el tío de Kenia ya se fue". Elena no ha entendido casi nada en esta primera descarga de inglés comprimido (el de verdad), así que se limita a sonreir, asentir con la cabeza y decir "thank you", que eso casi siempre funciona. Pobrecita, ni siquiera conoce la historia del tío de Kenia. Yo oí hablar de él cuando aún estábamos Brad y yo solos en el piso y un día quise saber de quién era el café de la cocina, dado que ninguno de los dos tomamos café en el piso. "Es un tío negro, tiene 39 años y es un palmo más alto que nosotros. Habla un inglés raro y tiene una forma de ser extraña. No se despidió de mí la última vez que lo vi, así que a lo mejor vuelve a su habitación, enfrente de la tuya. Jousé, yo que tú cerraría con llave por las noches". Luego me sonríe, just kidding...

lunes, 29 de marzo de 2010

Punto y aparte

El lunes 15 de febrero, voy por segunda vez al supermercado. En el mejor de los casos, las etiquetas están en inglés, así que voy escudriñándolas sin prisa para no equivocarme como me pasó el sábado, cuando compré harina para cocinar bizcocho en el horno (y no tenemos horno) y un falso jamón serrano que resultó ser bacon del malo. Hacer la compra es una tarea demandante para mí, tanto que choco de bruces con dos tipos en uno de los pasillos. Pero ellos me sonríen, y rápidamente reconozco a Simon y Brandon, que tienen la suficiente paciencia para hablarme despacito y explicarme que vienen a comer a casa. Una vez allí, mientras estamos cocinando, los dos me cuentan algunas cosas sobre ellos, repitiéndome gentilmente cuando les hago gestos de no haber comprendido: tienen 23 y 20 años, y los dos viven independientes. ¿Y tú? Eres un estudiante de doctorado y estás cobrando una beca, también vives independiente, ¿no? Ehmm, puess..., sí, claro que sí.

Y el tiempo va pasando. Ahora es sábado, 27 de marzo, y estoy haciendo mi maleta durante la mañana para volver a casa por Semana Santa. Me llevo de vuelta algunos juegos de ordenador y series en CD que me traje para no aburrirme tanto durante mi aislamiento. Y resulta que apenas he tenido tiempo para estas cosas. Brandon llega al piso con su guitarra española y, cuando le cuento que me voy para unos días, me pone morritos. "¿Es que me vas a echar de menos?". "Claro - me contesta -, Simon y yo ya te echamos de menos cuando nos fuimos a Suiza unos días después de conocerte". Luego, cuando hablo con mi hermana por Skype, dice justamente lo contrario mientras me da pataditas por debajo de la mesa. Es extraño, Brandon nunca me ha preguntado por qué, si mi hermana y yo ya no vivimos con mis padres, siempre aparecen todos en la pantalla cuando hablamos por Skype...

El sábado hace un día estupendo, y cuando aquí llega el finde y luce el sol, es casi un pecado no salir a la calle. Así que cuando Anthony llega y Brad resucita, salimos a la calle a seguir conociendo Maastricht, esta vez a pie. Esta ciudad definitivamente se merece un espacio en el blog, así que trataré de sacar tiempo estos días en España para escribir un poquito sobre ella. Al final acabamos en una chocolatería holandesa. Además de que los chocolates aquí son deliciosos, el proceso de preparación es muy original: una vez elegida la variedad de chocolate, se sirve sólido junto a una taza de leche al punto de ebullición, de forma que el cliente puede ver cómo se va derritiendo. El proceso de espera es casi una tortura para los amantes del chocolate como yo, pero una gran ventaja es que se pueden comprar estos "terrones" y degustarlos en cualquier otro lugar. Así que yo elijo 5 variedades distintas. "¿Por qué cinco?" "Somos cinco en casa", contesto yo escuetamente. Y nadie se muestra extrañado, sólo yo. "Ok, chicos, quiero contaros algo". Es un mal trago, pero se lo debo a ellos y a mí mismo. Brad es el primero en mencionar la palabra clave: "¿nos mentiste entonces?" Risas generales, it's okay, man, y yo me quedo más tranquilo. Al día siguiente estamos reservando los vuelos para Sicilia durante el mes de abril y descubren que el nombre de mi DNI no coincide con mi nombre en Facebook. Brad se echa a reir: "nooo, Jouséé, please, no more lies!!"

Y ahora, lunes 29, estoy a puntito de irme a casa. No voy a poder ver ni a la mitad de la gente que me gustaría, pero realmente tengo muchas ganas de volver. Necesito planificar el trabajo para los dos meses y medio que me quedan aquí, ya que la última semana he llegado a una especie de callejón sin salida. También quiero darme el primer baño en la playa, y hablar en español hasta hartarme, despojándome del aspecto de tipo reservado y algo taciturno del último mes y medio. Pero, sinceramente, creo que 6 días serán suficientes para echar un poquito de menos esta ciudad, y especialmente a estos cuatro norteamericanos que, casi desde el principio, decidieron que el idioma no es tan importante para afianzar una amistad.